Boda Gitana




Todo está preparado para la ceremonia, los familiares cercanos aguardan dentro del salón de celebraciones ultimando los preparativos. Observando que no falte nada en las mesas, los entremeses bien colocados, que la mesa central donde presidirán los novios y los padres de estos, esté bien colocada y adornada. En el escenario, el técnico probando el equipo de sonido, revisando micrófonos, amplificadores y altavoces y dejando todo listo para que suene la música a la entrada triunfal de los novios.
            Los invitados esperan fuera del local el momento de inicio de la ceremonia, ellas con ceñidos vestidos, que muestran sin complejos la figura femenina en todo su esplendor, sin importar si son delgadas o entradas en carnes, todas ellas bien maquilladas y elegantes, con peinados muy elaborados, algunas luciendo peinetas, diademas y enormes flores en el pelo, otras relucientes joyas en forma de pendientes y colgantes sin escatimar en gastos. Ellos con trajes bien entallados de llamativos y brillantes colores, morado, blanco perla, azul eléctrico, plateado y los más atrevidos con trajes de telas con extravagantes estampados.
            A la hora puntual, algo inusual en la mayoría de las bodas comunes y corrientes, llegan los novios. Lo hacen juntos, en una calesa tirada por dos caballos cartujanos, dos corceles andaluces de pura sangre; estos llevan sus crines y colas adornadas con flores y lazos de llamativos colores; la guarnición muy bien engalanada, compuesta de collarín enfundado de seda azul, enganches ornamentados con borlas de lunares, conducido por un cochero elegantemente vestido y la calesa hermoseada también con flores y encajes de lunares por toda ella.
            Al bajar de la carroza, se escuchan unas palmas improvisadas pero bien acompasadas y un grupo de mujeres se animan en un cante bien sentido, dando la bienvenida a los jóvenes novios, ella apenas alcanza los diecisiete y el con diecinueve rocíen cumplidos.
            Se abren las puertas y los invitados hacen un pasillo para la entrada de la feliz y radiante pareja. Ella con el clásico vestido blanco de encaje largo y terminación en palabra de honor, con una gran peineta que adorna su hermoseada cabellera. El, vestido con traje burdeos de gran brillo, con chaleco a juego y corbatín con un llamativo pin de oro.
            Preside el gran patriarca gitano, un hombre mayor con un tupido bigote, sombrero cordobés y un bastón tipo cayado al que llaman “vara gitana”. Todos parecen respetar y querer saludar a este hombre de vista altiva, pero de gesto afable, no por algo es jefe del clan de una numerosa familia, padre de ocho hijos con veinticuatro nietos y cuarenta sobrinos. Su porte denota una elegancia y autoridad sobre la comunidad.

            Al llegar la pareja a la entrada el local, el patriarca toma la mano del novio y de la novia y las une con las palmas hacia arriba. Entonces derrama el contenido de una copa de cava en cada palma. El muchacho tiene que beber de la palma de la novia y ella de la de él. Nada más suceder esto todo el grupo alardea y vitoréa a los novios y se vuelven a escuchar palmas. A partir de entonces la comunidad gitana los considera legalmente casados. Suena la música de entrada, un clásico himno gitano de Camarón, con un coro rociero.
            Las mesas pronto se empezaron a llenar con los invitados, que iba llegando y tomando asiento. Tras los entremeses típicos, platos con aceitunas preparadas, quesos, jamón, y otros embutidos y ensaladillas de diferentes tipos, llega el primer plato y uno de los que al parecer no debe faltar en una boda gitana que se precie: Los callos con garbanzos, platos servidos a discreción, repletos hasta el borde; posteriormente un estofado de carne con tomate y patatas, para saciar a cualquiera.
            Entonces comienzan los músicos su actuación, rumbas flamencas y compases de pasodobles, amenizan el evento, haciendo salir a bailar a los más atrevidos, para después llenar la sala de bailaores. La banda compuesta por un guitarrista, un teclista, timbales y cuatro voces masculinas, cantaron, ¡Durante dos horas seguidas! Sin ninguna clase de pausa entre tema y tema enlazaron hasta veinte diferentes piezas, con una misma base rítmica, adaptando temas de ayer y hoy en el estilo flamenco.
            Se hace una pausa para la tarta, entonces los músicos y otros invitados empiezan a cantar durante media hora un sainete que más o menos dice así:

"Se lo merece
 Se lo merece
 quien quiera tarta
 que eche un billete...

Así mientras va tomando de la tarta van echando billetes en una caja con ranura preparada para la ocasión.
            Tras esa pausa, de nuevo los músicos se lanzan a otro tramo de hora y media sin pausas, se van turnando los vocalistas para permitir que alguno de ellos beba algo, fume o descanse. De repente en el ambiente se va viviendo algo distinto, se observa movimiento entre los invitados, sobre todo entre los hombres. Salen y entran ataviados de distinta manera a como habían llegado a la boda, muchos se han cambiado de camisas, parece que algo va a pasar, pues se nota una inquietud en el ambiente, salvo por las mujeres que siguen bailando, junto a algunos hombres que se van uniendo a los corrillos en circulo que se van formando. Hasta niños y niñas de dos o tres años se lanzan a bailar, parecen llevarlo en la sangre.
            Entonces, de repente se avisa a los músicos que paren de tocar, ha llegado la “ajuntaora”. Es el momento más esperado por todos, la novia deberá pasar la famosa prueba del pañuelo. Para esta prueba se llevan a la novia a una sala contigua y en ella van entrando la madre, la suegra y una fila de gitanas viejas, que acompañan a la ajuntaora, que al parecer es una experta que sabe hacer la susodicha prueba de honra, la prueba del pañuelo que demuestre a las claras que la novia llega virgen al matrimonio. Esta consiste en introducir un pañuelo blanco en la vagina de la joven para romper el himen. Las manchas recogidas de esta forma sobre el pañuelo que ellos llaman las tres rosas, son la afirmación de la pureza. Algunos afirman que esta costumbre tiene origen árabe y fue práctica común en España hasta la llegada de los Habsburgos, incluso se cree que la reina Isabel la Católica tuvo que someterse a ella antes de su casamiento con Fernando de Aragón.
            En cualquier caso, no se permite que otra que no sea esa experta ajuntaora realice la prueba, y a esta llegan a pagar hasta tres mil euros por dicho trabajo. Mientras se prepara el ritual al que nadie más puede entrar, los demás esperan. Los hombres, familiares más cercanos de ambas familias, bajo una gran tensión por saber el resultado de la prueba esperan impacientes en la puerta de la sala, el novio nervioso dando vueltas también esperando ansioso el resultado. Las demás mujeres en otro lado, forman un circulo semicerrado, mientas palmoteas y cantan a la espera. 
Entonces cuando sale la “ajuntaora” con el pañuelo señalando las tres marcas, los aplausos y la emoción se rompe a raudales, muchas mujeres llevan delantales gitanos con grandes bolsillos llenos de almendras, golosinas y sobre todo peladillas. Las mujeres más jóvenes y los músicos se unen en un cante que entre otras cosas dice:

"En un verde prado
tendí mi pañuelo,
salieron tres rosas
como tres luceros".

Tras lo cual se entona el “yeeli” una entonación repetitiva muy alegre, repetido durante casi una hora, mientras dos jóvenes, hermanos o primos de la novia la sacan a hombros a esta y otros levantan de igual manera al novio y los llevan en procesión hasta un circulo donde son llevados en una armoniosa danza al ritmo de la repetida canción:
“Hay… Yyeeli, yeeli, yeeeli
       Y yeeli yeeli yaaaaa
       Y a la novia se le cantaaaa
        Flores en el aireeee,
        Flores en el aireee…
        Flores en el aire aaaahhhh…”
En ese momento mientras los novios son llevados al círculo que se ha formado en medio de la sala, las mujeres de los delantales van lanzando su contenido y los gritos y vivas van dando emoción al evento. 

 Mientras se le canta, los mozos y los hombres empiezan a lanzarse unos contra otros en una lucha por romperse las camisas, algunos a mordiscos otros a girones, todos se rompen las camisas como símbolo de la honra y después rompen la del novio para celebrarlo. Y todo al ritmo de la música que no para, de las palmas y del lanzamiento de peladillas. La alegría impregna el lugar, mientras todos los hombres se van turnando para portar a la novia o al novio en hombros, es para ellos un honor hacerlo y una afrenta el que no se le permita.
            Un espectáculo único, lleno de emoción no contenida y de alegría desbordada, es ahora cuando se entiende a la perfección la memorable canción del Camarón: “Soy gitano”,  en donde queda resumido el momento así:

SOY GITANO Y VENGO A TU CASAMIENTO
A PARTIRME LA CAMISA
LA CAMISITA QUE TENGO
YO SOY GITANO
Y VENGO A TU CASAMIENTO
A PARTIRME LA CAMISA QUE LA TIÑELOOOO

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