Abelardo y Eloísa: Una trágica historia de amor en el medievo.






Lo que a continuación vamos a relatar tiene que ver con una historia muy peculiar, escrita en plena edad media, pero que bien se puede tratar de una historia contemporanea. Se trata de un relato escrito por Pedro Abelardo, maestro escolástico del siglo XII. Es en realidad una historia de amor,  incomprensión y persecución que ha llegado hasta nuestro tiempos . 
     Corría el año 1115, Pedro Abelardo un maestro filosófo, poeta y dialoguista, conoce a Eloísa, una joven adolescente, sobrina de Fulberto, un canónigo de la Catedral de París. Aquí empieza la historia que cuenta el maestro en su libro Historia de mis calamidades:
Vivía en la ciudad de París una jovencita de nombre Eloísa, sobrina de un canónigo llamado Fulberto. Este hombre que sentía por ella un inmenso amor, había hecho todo lo que estaba de su parte para que ella progresara lo más posible en todas las ramas del saber.
Ella, que no estaba mal físicamente, era maravillosa por los conocimientos que poseía. Y como este don imponderable de las ciencias literarias es raro en las mujeres hacía más recomendable a esta niña. Por esto era famosísima en todo el reino. Vistas todas las circunstancias que suelen excitar a los amantes, fue a ésta a la que pensé me sería más fácil de enamorar. Llevarlo a cabo se me antojó lo más sencillo.
Era yo tan famoso entonces y sobresalía tanto por mi elegancia que no tenía temor alguno de ser rechazado por ninguna mujer a la que hubiera dignificado con la oferta de mi amor. Estimé que me sería sobradamente fácil el hacer consentir a esta niña que no sólo poseía la ciencia de las letras, sino que las amaba. Como nos encontrábamos separados creí que era conveniente que nos presentáramos por intermedio de cartas. Pensé que muchas cosas las expresaría mejor por escrito, pues es más fácil ser atrevido por escrito que de palabra. De esta forma siempre acompañarían las sabrosas frases. (Historia de mis calamidades -Pedro Abelardo)

A fin de poder acercarse a la joven, urdió un plan  que por fin le llevaría a convertirse en su profesor particular de la joven:
Cuando me vi enteramente inflamado por el amor a esta adolescente, busqué la manera de hacérmela más familiar. Pensé que una íntima conversación y un trato diario la llevarían más fácilmente al consentimiento. Traté entonces de que el predicho tío abuelo de la joven me recibiera en su casa, que no estaba lejos del lugar de mis clases, en calidad de huésped. Me ofrecí a pagar por ello cualquier precio. Para todo, me valí de la intermediación de algunos amigos suyos.

Yo aducía que buscaba esta solución, porque el cuidado de los asuntos domésticos me robaba mucho del tiempo que necesitaba emplear para el estudio, ocasionándome además gastos que me eran insoportables. Él era sumamente avaro, y también tenía mucho interés en que su sobrina progresara más y más en las disciplinas literarias. Excitándole estas dos pasiones, le saqué fácilmente el consentimiento y conseguí lo que quería.

El viejo cedió a la avidez de dinero que lo devoraba, al mismo tiempo que creyó que su sobrina se habría de aprovechar de mis conocimientos. Después de haberme rogado encarecidamente sobre este último punto, accedió a mis deseos más de lo que yo había esperado. Sirviendo él mismo al amor, la puso totalmente bajo nuestro magisterio y cuidado para que cuantas veces me sobrara tiempo terminada mi tarea escolar, tanto de día como de noche, procurara ilustrarla autorizándome además a castigarla con energía si la veía negligente.

Yo quedé estupefacto al ver la supina ignorancia que él manifestaba tener sobre la realidad. No me asombré menos para mis adentros, de lo que me hubiera asombrado al ver que a una tierna cordera la ponían bajo el cuidado de un lobo hambriento.

Poco a poco Abelardo fue consiguiendo conquistar el amor de Eloísa, quien era 15 años más joven. Pero mantuvieron su relación en secreto, el mismo nos cuenta como fue conquistando el corazón de su amada:


Primeramente, convivimos bajo el mismo techo. Llegando después a convivir en una sola alma. Al amparo de la ocasión del estudio, comenzamos a dedicarnos por entero a la ciencia del amor. Los escondrijos que el amor hambrea, nos los proporcionaba la tarea de la lección. Pero, una vez que los libros se abrían, muchas más palabras de amor que del tema del estudio se proferían. Más abundantes salían los besos que las sentencias. Muchas más veces, las manos se escurrían a los senos que a los libros.

Más a menudo el amor fijaba los ojos en sí mismo que en la escritura del texto.

Y a veces, el amor que no el rigor, propinaba azotes. Y entonces lo hacía con cariño, no con ira, para que supieran más suaves que todos los ungüentos. Primeramente, convivimos bajo el mismo techo. Llegando después a convivir en una sola alma. Al amparo de la ocasión del estudio, comenzamos a dedicarnos por entero a la ciencia del amor. Los escondrijos que el amor hambrea, nos los proporcionaba la tarea de la lección. Pero, una vez que los libros se abrían, muchas más palabras de amor que del tema del estudio se proferían. Más abundantes salían los besos que las sentencias. Muchas más veces, las manos se escurrían a los senos que a los libros.

Más a menudo el amor fijaba los ojos en sí mismo que en la escritura del texto. Y a veces, el amor que no el rigor, propinaba azotes. Y entonces lo hacía con cariño, no con ira, para que supieran más suaves que todos los ungüentos.

Pero las cosas se complicaron cuando el tio de la joven descubrió a la pareja: 
Pero lo que al fin uno percibe, aunque sea el último en percibirlo, tiempo llega en que lo conoce del todo; lo que todos saben no es fácil ocultárselo a uno. Eso ocurrió exactamente con nosotros. Transcurridos algunos meses, el tío se enteró de nuestras relaciones.

¡Qué infinito fue el dolor que este conocimiento despertó en el tío! ¡Qué inmensa pena recibimos los amantes por la separación! ¡Cómo me confundí de vergüenza! ¡Con qué opresión se ahogaba mi corazón por la aflicción de la niña! ¡Qué ahogos tan grandes le produjo a ella mi abatimiento! Ninguno de los dos se preocupaba de lo que" le pasaba a sí mismo, sino de lo que le estaba pasando al otro. Ninguno lloraba sus propias penas, sino las del otro. La separación de los cuerpos estrechó aún más los lazos que unían nuestros  corazones.

Privados de toda satisfacción, más se inflamaba el amor. El pensamiento del escándalo sufrido nos hacía insensibles a todo escándalo. Pequeña nos parecía la pena proveniente del qué dirán ante la dulzura del goce de poseernos.

Pasó, ciertamente, en nosotros, lo que la fábula poética cuenta que ocurrió entre Venus y Marte cuando fueron sorprendidos. Al poco tiempo, la joven, se dio en cuenta de que estaba encinta... Inmediatamente me escribió llena de alborozo contándomelo y consultándome qué era lo que yo pensaba se debía hacer. Una noche pues, en que su tío se encontraba ausente y tal como lo habíamos convenido, la sustraje, furtivamente, de la casa y la llevé sin demora a mi patria.
 


Así estuvieron hasta que en 1119 Eloísa le confesó su embarazo: 

Al poco tiempo, la joven, se dio en cuenta de que estaba encinta... Inmediatamente me escribió llena de alborozo contándomelo y consultándome qué era lo que yo pensaba se debía hacer. Una noche pues, en que su tío se encontraba ausente y tal como lo habíamos convenido, la sustraje, furtivamente, de la casa y la llevé sin demora a mi patria.
Allí moró en la casa de mi hermana hasta que dio a luz un varón al que puso por nombre Astrolabio.
Su tío, después que ella se fue, casi enloqueció. Se precisa haber sufrido la violencia de su dolor y el aplastamiento de su vergüenza para hacerse una idea de lo que aquel hombre pasaba. No sabía que hacer conmigo ni qué asechanzas tenderme. Temía muchísimo matarme o mutilarme; pues pensaba que los míos podrían tomar represalias en mi patria sobre su sobrina queridísima.


Abelardo insistió en casarse con Eloísa, pero aunque ella le quería, tampoco quería que el se comprometiera. Ella opinaba que un hombre de ciencia no podría dedicarse a una familia, por ello rechazó en un primer momento casarse con este, pero Abelardo era un hombre de firmes convicciones y al final la joven accedió y finalmente la boda se celebró en secreto. 

Sin embargo Fulberto difundió la noticia y Abelardo a fin de proteger a su esposa, la envió al monasterio de Argentuíl. 
Fulberto furioso y con sed de venganza, sobornó a un criado y logró entrar con algunos servidores en la casa donde se hospedaba Abelardo y lo este fue atado de pies y manos y con un afilado cuichilo lo castraron. El cuenta su sentir en el siguiente párrafo:


Al alborear, la ciudad entera se había congregado junto a mi casa. Difícil ahora y casi imposible resulta expresar su estupor, la lamentación inmensa con que todos se afligían, la enorme gritería con que se convulsionaban y los  llantos con que me entristecían. Sobre todo me estaban crucificando con inaguantables lamentos y quejas, los clérigos y mis propios alumnos.

A tal punto llegaron las cosas que yo sentía más dolor por la compasión que por el sufrimiento de las heridas, más me afligía la vergüenza que la lesión de mis carnes, más me dolía el pudor que el dolor.

Mil ideas se agolparon en mi mente en aquella ocasión atormentándome: sin cesar me obsesionaba la idea de que esta fácil y momentánea caída iba a humillar y a extinguir por entero la inmensa gloria de que gozaba. Por otro lado veía lo justicieramente que Dios me había castigado en aquella parte de mi cuerpo con la que yo había pecado y lo justo de la traición con la cual, aquél, al que primero yo había traicionado, a su vez me correspondía. Me venía a la imaginación la alegría con que mis émulos celebrarían tal manifiesta equidad. Me aplastaba la insufrible pena que con esta desgracia ataría a mis padres y amigos para siempre. Me deshacía moralmente al pensar que esta singular infamia se publicaría por el mundo entero.

Me atormentaba a mí mismo pensando en el porvenir que eh adelante me esperaba: ¿cómo me podría presentar en público en lo sucesivo? Todos me señalarían con el dedo. Todas las lenguas me corroerían. Sería el monstruoso espectáculo de todas las gentes.

No menos me confundía el saber que, según la versión occidental de la ley, Dios siente tal abominación hacia los eunucos que a los que han sufrido extracción o amputación de los testículos les prohíbe la entrada en la iglesia como a inmundos o pestilentes. Y hasta rechaza a los animales castrados en los sacrificios. "No ofrezcáis al Señor un animal que tenga tos testículos

aplastados, hundidos, cortados o arrancados". (Levítico, XII. 24.) "No será admitido en la iglesia de Dios aquel cuyos órganos genitales hayan sido aplastados o amputados." (Deuteronomio, 22, I.) Me encontraba entonces sumido en tal confusión que confieso sinceramente que más por el sentimiento de vergüenza que por un verdadero deseo de conversión fui impulsado al asilo de los claustros monásticos. Eloísa, siguiendo nuestras órdenes con entera abnegación, había tomado el velo ingresando así en un monasterio.



Con el tiempo la justicia dio la razón a Pedro y dictaminó que el criado y uno de los agresores fueron presos y castigados con igual mutilación y la ceguera, mientras que el canónigo Fulberto fue desterrado de París y se le confiscaron sus bienes. Abelardo por su parte, se escondió humillado como monje en Saint-Denis, y dispuso que Eloísa se hiciera monja en Argenteuil. Así conlcuye su relato de esta triste historia d eun amor imposible: 
Los dos, al mismo tiempo, tomamos el hábito sagrado. Yo en el monasterio de Saint Denis y ella en el referido monasterio Argenteuil.
Recuerdo muy bien que muchos, compadecidos trataron de apartar su juventud del juego de la vida monástica como de un intolerable suplicio; pero ella, entre sollozos y lágrimas, prorrumpió en aquella lamentación de Cornelia:
"Oh el más grande de los esposos
que no mereciste la desventura de mis tálamos.
La fortuna tenía semejante poder sobre tan
noble cabeza.
¿Por qué despiadada vine a casarme contigo,
si te había de hacer tan desdichado?
Acepta ahora las penas que yo purgaré
espontáneamente.




 Pero las razones de fondo que llevaron a esta tragedia están realmente enraízadas en las persecuciones ideológicas que se dieron en el medievo. La influencia que aquel maestro de la lógica logró tuvo sus efectos en otros maestros incomprendidos de la época. Para saber más sobre la profundidad de la enseñanza de Pedro Abelardo, en el blog Trigo Ahogado se hace una exposición detallada de ello.








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