La verdadera huelga por el cambio climático




Recientemente se han visto en los medios cientos de manifestaciones contra el cambio climático a lo largo y ancho de todo el mundo, el clamor del pueblo y las continuas alertas sobre la situación del planeta que los medios y las redes sociales van filtrando, ha calado en la sociedad, colocando el problema de la contaminación como uno de los más preocupantes del momento. Por eso, este mes de septiembre se ha convocado por primera vez a nivel mundial una semana de manifestaciones que comenzando el viernes 20 culminarán el siguiente viernes con lo que han denominado “huelga mundial contra el cambio climático”. Muchos llaman a que se preste atención a la ciencia y sus advertencias y estudios, pues es la única manera de prevenir una catástrofe. La semana del 20 al 28 de Septiembre de 2019 se cree que será histórico por estas manifestaciones populares, con la “cumbre sobre el clima” de New York de fondo. En distintas partes del mundo han sido convocadas por diferentes plataformas ecologistas y últimamente incluso civiles, protestas y acciones simbólicas mostrando la preocupación de la gente por este problema mundial. De nuevo se ha podido ver a miles de estudiantes de toda Europa llevando la delantera en esto, como ya lo han venido haciendo los viernes del pasado curso escolar, todo con el fin de hacer presión en los políticos para que tomen medidas drásticas de una vez para salvar el planeta. 
Pero esto por muy buenas intenciones que se tengan, quedará como un gesto simbólico. Es verdad que es la primera vez que el mundo entero sale a las calles, cosa que solo ocurre al despedir un año viejo y dar la bienvenida a otro cuando se pueden ver eventos similares a nivel mundial, pero no es suficiente como para hacer cambiar las cosas. Por mucho que un grupo unido personas, jóvenes en su mayoría, salgan a las calles a protestar, se hagan hueco en todos los medios, se lean sus lemas y pancartas, serán noticia, pero pasada esa semana todo volverá a la misma situación. En muchos casos se trata de postureo, una llamada a la movilización donde van todos mis  amigos, ya que lo que está ahora de moda es defender lo ecológico con pancartas, eso toca, pero la realidad es que eso no ejercerá mas fuerza en los que están arruinando la tierra, pues todos los habitantes, en una medida u otra somos colaboradores necesarios para llevar a cabo este crimen contra nuestro planeta. No hay una verdadera huelga, salvo que se llame así porque los estudiantes se salten las clases, lo cual es inocuo y no tiene efecto en los bolsillos de los grandes. La palabra huelga en realidad está de más y esto se convertirá en un grito, un clamor, fuerte, mas que en otras ocasiones, pero en eso se quedará. 

En realidad, en palabras de un activista ecologista, un verdadero gesto que si haría recapacitar a los gobernantes, ejercería verdadera presión en los poderosos del comercio mundial, en las corporaciones energéticas y que a su vez favoreciera a detener la contaminación, al menos durante esa semana, sería organizar una huelga de usuarios contaminadores. ¿Qué es eso de “huelga de usuarios contaminadores”? 

Significa, en primer lugar, asumir que todos de una u otra manera somos contaminadores, en ocasiones involuntarios, pues vivimos en una sociedad que casi nos obliga a utilizar elementos contaminantes, como vehículos con los que nos desplazamos, plásticos con los que se envuelven los productos que comemos y utilizamos la energía para alumbrar, enfriar o calentar nuestras casas, además de tirar basura que no queremos en nuestros hogares, así aunque no queramos, colaboramos en ensuciar el planeta. En segundo lugar, la definición de huelga es: Forma de protesta en la que  los participantes se abstienen de realizar la actividad que realizan normalmente en perjuicio de aquellos a los que dirigen sus reclamos o quejas. 

Así que, si la población tomara acción en no utilizar nada que contamine o enriquezca a los contaminadores, eso si se podría considerar una huelga. Por ejemplo, que en las ciudades, la gente dejase su vehículo aparcado toda una semana, ya sea de gasolina o eléctrico, y se negaran a comprar combustibles en gasolineras, que la población se moviera esa semana en bicicleta, en patín, transporte público, o andando, sea para ir a sus lugares de trabajo o escuelas. Que durante esa semana, solo comprasen productos locales y redujesen el consumo de carne y pescado industrial. Que durante esa semana no se utilizara nada de plástico y se negaran a fumar y beber licores, evitaran comprar alimentos envasados, plastificados y bebidas en botellas no reciclables. Que durante esa semana se negaran a viajar en avión, evitaran los grandes cruceros y no comprasen nada en internet para reducir así la contaminación que producen los grandes transportes de mercancías. Que la gente redujese el consumo eléctrico al mínimo indispensable, evitando la utilización de equipos de gran consumo energético, no poniendo aire acondicionado, ni calefacción, salvo en casos de extrema necesidad. Que recogieran la basura de playas, ríos y mares y lo depositasen cuidadosamente en las puertas de ayuntamientos, ministerios, sedes de gobiernos o centrales de grandes corporaciones energéticas, todo de manera pacífica y ordenada, pero día tras día. 

        Eso significaría un gran sacrificio, no cabe duda, pero toda huelga y protesta siempre ha sido dura y difícil, el efecto visual sería notable, y el económico también, pues repercutiría tanto en los impuestos que los estados reciben de los combustibles, y de las compañías energéticas, que seguro estarían dispuestos a lo que sea por impedir que continuara esa actitud, incluso negociarían con más empeño medidas drásticas a favor del clima. Esa si sería una contundente respuesta del ciudadano y una llamada de atención a los estados, pero claro, ¿quién estaría dispuesto a secundar una huelga así? Por principios, algunos no lo haríamos tan radical, pero la mayoría no accederían por comodidad.

Aunque si preguntamos a cualquier ciudadano sobre su preocupación por el cambio climático, este afirme que es una de sus principales preocupaciones cara al futuro, paradójicamente no se observa en la sociedad en general una determinación a cambiar de hábitos y renunciar a comodidades que la tecnología nos ha proporcionado. Ni siquiera la ciencia, quien esta informando y está viendo en primera fila los efectos de la actividad humana, propone dar un paso atrás en los adelantos, cuando en realidad, en parte también gracias a esta estamos en la situación que estamos. En los últimos años parecemos concienciados de que no se puede seguir contaminando el planeta así, pero si se nos pidiera hacer un esfuerzo personal para cuidar de la naturaleza, renunciando a comodidades como el vehículo propio, aire acondicionado, calefacción central, agua sin límite, electricidad todo el día, internet en todas partes y grandes superficies llenas de productos que obtener en el momento, reduciendo a la mitad o menos el consumo de carnes y derivados, disminuyendo en una tercera parte los viajes en avión y no poder cambiar de teléfono cada año, ni del uso de dispositivos electrónicos de usar y tirar. Renunciar a todo eso para muchos sería pedir demasiado, sin embargo, es lo que se necesitaría hacer para reducir la emisiones de Co2 y evitar el calentamiento global de 3.4ºC al que estamos abocados en este momento, cara a las próximas décadas. 



Tendemos a mirar hacia otro lado, en este caso observamos lo que otros hacen, y nos excusamos con la mañida frase de que “por mucho que yo haga, no voy a cambiar las cosas” o: “son los gobiernos y las grandes empresas las que contaminan más, yo no”. Y en cierto modo es verdad, pero esas grandes industrias del petróleo, las fábricas de productos de consumo, la inmensas granjas de ganado y los grandes buques de transporte, están ahí, porque nosotros requerimos de sus productos para estar satisfechos. Nunca nos paramos a pensar que cuando vamos a comprar  un objeto electrónico, o una ropa colorida, esa compra conlleva, aparte de explotación laboral, gases contaminantes expulsadas al aire, agua contaminada por las fábricas, Co2 lanzado a la atmósfera y desperdicios improductivos tras el uso del producto perecedero, del envasado y de  otros plásticos y envoltorios que protegen las mercancías que queremos comprar en buen estado. Y cuando compramos alimentos envasados, nunca pensamos en la industria alimenticia que también es responsable de la desaparición masiva de insectos, de la contaminación de acuíferos y ríos con insecticidas y plaguicidas, o que la industria cárnica a gran escala es responsable de la mayor expulsión de Co2 y del desequilibro de especies animales. Por otro lado, las personas, por lo general, simplemente depositan la responsabilidad en los gobiernos a los que votan, pensando que ellos sabrán que hacer para cuidar del planeta, mientras que a los los demás nos dejen hacer nuestra vida. Es verdad que a nivel individual lo que hagamos puede repercutir poco, tanto en contaminar como en limpiar, pero si tenemos en cuenta que hablamos de más siete mil millones de seres humanos que comemos, bebemos, producimos desperdicios y aportamos nuestro grano de arena en ensuciar la tierra, la cosa cambia. Así que en primer lugar, para evitar un cambio climático, hace falta un cambio de sistema y eso pasa por un cambio de mentalidad en todos los habitantes de este planeta.

Esto no es producto de la casualidad...   


¿A quien culpar por estos desmanes? 











Por supuesto, no es fácil tampoco pedir que tres mil quinientos millones de las personas que viven en condiciones de gran pobreza en el mundo, mantengan limpios sus ríos, lagos y mares, no esquilmen sus aguas, no talen sus árboles, cuando su principal interés en la vida es poder comer y sobrevivir. Los que vivimos en el primer mundo, que somos menos de la tercera parte de los habitantes, (poco más de 1000 millones), parece que si estamos más preocupados por el medio ambiente que los demás. Pero siendo que somos los culpables del 80% de la basura que se tira, del 75% del consumo energético, del desmesurado acaparamiento de alimentos que en un 30% tiramos sin consumir y que gastamos el triple de agua que todo el resto de la población, es lo mínimo que debemos hacer, estar preocupados. 

Se dice que algunos países están siendo ejemplos en reciclaje y de limpieza del medio ambiente. Suecia, Islandia y Finlandia lideran este ranking, son magníficos ejemplos a seguir, pero son naciones que no llegan ni a 30 millones de habitantes, es una pobre proporción. Realmente es fácil ser ecológico teniendo una renta per cápita alta y viviendo en países tan poco poblados con respecto al territorio que ocupan. Pero esto nos indica una cosa, que hace falta también que los estómagos de la población estén satisfechos y que no tengamos que inquietarnos por comer o por un techo, eso ayudaría a que todo el mundo se preocupase por otras cosas como el medio ambiente y por cuidar de su entorno. 

Por tanto, el verdadero movimiento de cambio, tendría que venir por una radical transformación del sistema mundial, tanto económico, como gubernamental y educativo. Esos tres pilares sustentarían el verdadero cambio de paradigma. 

El primer escollo y el más complicado de modificar es el económico, lamentablemente la sociedad actual está sustentada sobre el dinero, sin dinero, parece como si nada fuera posible. Es tal la dependencia que no se puede pedir detener la industria del petróleo en un corto espacio de tiempo, pues significaría la quiebra de grandes economías nacionales y supondría desemplear a millones de personas que trabajan en empresas relacionados con la energía basada en los combustibles fósiles. Lo mismo sucede con la fabricación de productos de consumo electrónico. Si los fabricantes se propusieran crear productos que no tuviesen fecha de obsolescencia programada, desde bombillas, cables, teléfonos, computadoras, televisores, y otros electrodomésticos, grandes o pequeños, eso significaría la quiebra de las empresas, pues el consumo se reduciría a la mitad. La industria depende del consumo de la población, se requiere que la gente renueve sus aparatos en poco tiempo para que la economía de los países funcione. Se ha creado una tupida red de relaciones económicas de tal manera que nada ni nadie puede escapar de esta. El problema radica en que el dinero tiene más peso que el propio planeta, es más importante y lo que se valora a la hora de tomar decisiones es cuánto va a costar hacer tomar esta u otra medida a las arcas del estado.  



Hoy día, todo tiene un precio, todo se mide en lo que poseemos o producimos y no en lo que somos o hacemos. Todo se ha convertido en negocio y la vida humana está forzada a la creación de riqueza monetaria, en realidad cualquier cosa, actitud o forma de vida que no produzca riqueza está avocada a la desaparición. El cambio hacia un sistema más ecológico también tiene un precio y no siempre es posible asumirlo. Tanto es así que desde el compromiso que muchas naciones firmaron en Kyoto o en los acuerdos de París, se contemplaba la compra y venta de emisiones de Co2, es decir que países o multinacionales que no pudiesen alcanzar la reducción de Co2 comprometida, pagasen a países pobres o en vías de desarrollo, que no alcanzasen sus límites de emisión, cantidades específicas para realizar proyectos ecológicos que estos no podían llevar a cabo, a cambio cedían derechos de emisión de ciertas toneladas de Co2 asignadas a esos otros países. Desde entonces se ha generado un comercio a nivel mundial con respecto a derechos de emisión. Era una solución que ofrecía ayuda al progreso de países pobres, pero permitía a los más contaminantes a seguir superando sus límites. El precio de la tonelada de Co2 desde el 2011 hasta el 2018 ha oscilado desde los 30€ la tonelada, llegando a caer hasta los 5€, subiendo un poco en los últimos años hasta llegar a los 9€ actuales. La Unión europea introdujo un modelo de subastas, como si de un mercado de abastos hablásemos donde se puja por la compra y venta de derechos de emisión. 
       Es como decir: yo sigo contaminando lo mismo o más, pero puedo pagar por las toneladas de más, además a un precio asequible, a países que no llegan a los niveles de contaminación porque no tienen industria o nivel económico como el nuestro y así se les ayuda a progresar. Todo esto modulado por la demanda y la oferta, que baja o sube el precio del Co2, como si de otro bien se tratase. España, por ejemplo, compra derechos de emisión a países de América latina o a países del Este de Europa, llegando a comprar hasta 130 millones de toneladas de emisión en unos pocos años. Y hay empresas intermediadoras dedicadas a la transacción de derechos de emisión de Co2, es decir contaminar parece que se ha convertido en un lucrativo negocio para algunos. Pero también hay compañías eléctricas, cementeras o siderúrgicas que en ocasiones se benefician de vender derechos de Co2, cuando reducen sus emisiones, de tal manera que si otras en otros lugares lo superan, le venden esos derechos sobrantes. El resultado es un mercadeo constante de compra y venta de derechos, que en realidad no reduce prácticamente en nada los niveles de contaminación, pues permite a unos pasarse para compensar lo que otras reducen.  
 
Por otro lado, los políticos o los gobiernos tienen cada vez menos poder y capacidad de tomar decisiones independientes. La corrupción alcanza niveles nunca antes vistos, de tal manera que la opinión que sobre estos tiene el pueblo está en sus  horas más bajas. Además, las grandes corporaciones, el mundo de las finanzas y los lobbys de poder ejercen tal influencia en los poderes que es imposible para las naciones ejercer independencia y ser autosuficientes en un mundo tan globalizado e interconectado. Esa debilidad hace imposible que los gobiernos puedan tomar decisiones firmes en pro de una reducción real de la contaminación o pongan en marcha medidas radicales para reducir las emisiones de Co2, pues deben lidiar con infinidad de intereses encontrados. Es contradictorio que se hable de aldea global y al mismo tiempo de un desgobierno universal que la dirija, pues realmente el mundo está dividido en infinidad de políticas cuyos intereses chocan unas con otras.

En cuanto a la educación, es un camino no exento de dificultades, teniendo en cuenta que la tercera parte del mundo carece de las posibilidades de acceder a las escuelas y como antes hemos apuntado, su vida está dirigida a poder sobrevivir y comer cada día o cada dos días. Claro que cuando hablamos de educación, nos referimos, no a la enseñanza básica escolar, si no a una educación en principios de convivencia y de ecología. Eso conlleva un cambio de una mentalidad consumista y egoísta a una de compartir servicios y bienes. Pero no se trata de imponer un sistema comunitario, como se intentó en los regímenes comunistas que buscaban una sociedad igualitaria, pero sin valorar el factor humano, centrándolo en el poder de una oligarquía centralizada a la que se beneficiaba con la casi esclavitud del pueblo. Más bien, la educación a la que debe aspirar el ser humano sería la concienciación de que el planeta y los recursos que este ofrece, si bien son gratuitos, son limitados y deben ser compartidos y administrados, de manera que se piense en el beneficio común y en el equilibrio natural, en una convivencia armoniosa con la naturaleza como la mejor vía para progresar. El crecimiento de una sociedad debería medirse por la capacidad de esta para suministrar a todos sus habitantes la capacidad de obtener lo necesario para la subsistencia y que esta no sea una preocupación primordial. Solo así, las invenciones y el desarrollo de mejoras se conseguirían en base a cumplir con un propósito de mejora de la vida, pero sin crear efectos secundarios dañinos para el ser humano, para el planeta y para los demás habitantes del planeta. 

Algunos afirman que la economía colaborativa en lo que tiene que ver con venta e intercambio de productos de segunda mano, en materia de transporte, intercambio de bienes y vivienda, la distribución y consumo de alimentos kilómetro cero, que algunas empresas están poniendo en práctica y otras iniciativas ecológicas como basura 0, auto reciclaje y comunidades autosuficientes, son los primeros pasos que se están dando para marcar el camino a seguir por todos para alcanzar ese objetivo. Pero está claro que hace falta que esto se pueda realizar a nivel absoluto, pues el hecho de que una minoría actúe no producirá resultados, mientras la mayoría continúe con una vida de excesos y abusos. Es necesario un sistema global de gobierno, unas leyes y principios aplicables y adaptables a nivel universal y un reparto de la riqueza equitativa  en todas las regiones del planeta. 

Ahora mismo esto es una utopía, si, pero deseo y espero que ese día llegue, es más, estoy convencido que llegará. 







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