El árbol de Leví





“Bajo el último árbol que queda en toda la tierra a la vista me resguardo, no porque busque su sombra, hace mucho tiempo que el sol no aparece, ha sido ocultado por esas nubes sulfurosas que antaño presagiaban lluvia, hoy solo calamidad. En realidad he salido de mi refugio en el cual he pasado escondido, hasta que mi despensa se ha agotado. Día a día he pasado ahí dentro intentando localizar vida, rastreando todas las frecuencias de radio en busca de un mínimo mensaje de alguien al otro lado, pero sin respuesta. 

       Ahora el silencio diurno, esa densa y constante niebla y la oscuridad nocturna en todas las ciudades que he recorrido hasta llegar aquí, me han confirmado mis peores presagios, las esperanzas de encontrar a alguien de mi especie en este, ahora inhóspito planeta, se han esfumado. No sé si hice bien en salir, pero no podía resignarme a esperar la muerte, encerrado ahí. Había agotado todos los suministros energéticos y alimenticios que conservaba, más de un año encerrado comiendo conservas, frutos secos y verduras deshidratadas, bebiendo agua de un depósito subterráneo y reutilizando los desperdicios fisiológicos como combustible que alimentara mis generadores y estos a su vez las baterías almacenadoras de energía. En realidad de no ser por la insuficiencia de las provisiones, podría vivir años en ese refugio. Ya me había acostumbrado a vivir solo, tenía miles de libros y archivos para leer en mi dispositivo lector;  aun sin el universo de internet, mi tableta de alta potencia contenía tanta información que podría investigar y entender muchas cosas ilimitadamente, y así lo hice, más de ocho horas al día las dedicaba a leer y estudiar, otras tantas a escribir mis investigaciones . Ahora todo eso que escribí en el procesador de texto, ni siquiera servirá como recuerdo para supuestas posteriores generaciones, si es que hubiese algún superviviente al otro lado del mundo. Sin energía en mi refugio, poco a poco todos mis dispositivos se han convertido en trozos de plástico, silicio y cristal, sin utilidad práctica alguna. ¡Ni siquiera se me ocurrió salvar un libro de papel que me hiciera compañía, no tenían cabida en mi minúsculo habitáculo, yo y mi sentido de lo práctico, ¡ridículo total!


Ahora ni siquiera soy capaz de extraer agua de aquel pozo, nada funciona y al no poder comer, no puedo reabastecer de residuos mi sistema energético. Tampoco he encontrado nada que me pudiera servir fuera de aquí, he acabado bebiendo un poco de agua depositada en una botella abandonada que encontré, a sabiendas que con seguridad estaba contaminada, porque todo, absolutamente todo, está contaminado. Mi medidor de gases, el último artilugio que me funcionó así lo indicó.


Salí con la creencia ilusoria de encontrar a otros, que como yo, hubiesen tenido la oportunidad de esconderse a tiempo, por supuesto contaba con la pérdida de miles de millones de vidas, pues la magnitud de la catástrofe había sido tal, que poca oportunidad habrá dado a la mayor parte, pero no esperaba descubrir lo que mis ojos agotados encontraron al ver la tenue luz del día. A menudo soñaba que al salir me toparía con algún sobreviviente, por enfermo o salvaje que estuviese, ya le ayudaría en lo que pudiera. Sería lógico que en un año sin tecnología, todos los que quedaran retrocederían siglos, estaríamos de nuevo en la edad media. Pero al menos, eso sería esperanzador, pues con nuestro conocimiento podríamos avanzar y levantar una civilización nueva, poco a poco recobraríamos los pasos andados, evitando los errores pasados.


No hay nada vivo por aquí, ni tan siquiera una rata, a la que ahuyentar o perseguir, ni una cucaracha o cualquier otro insecto con el cual pudiera entretenerme, o saciar mi hambre, se han tropezado en mi camino. No, absolutamente nada indica que pueda haber vida en este desolado paraje al que antes considerábamos nuestro hogar, ese mismo que no supimos cuidar. Nos adueñamos de todo, sin ser los dueños, quisimos dirigir su camino sin tener el control. Quisimos explotar al límite todas las fuentes de energía que este nos aportaba, pero sin compensarle, solo le pedíamos, sin darle nada a cambio. Quisimos extraer de este todo lo que nos sirviera para nuestros egoístas intereses, sin pensar en el futuro, sin plantearnos que nos estábamos convirtiendo en un virus, en un parásito que tan solo infecta lo que toca y lo destruye.
 

No olvidaré aquel día, cuando Beatriz y su ayudante me mostraron los cálculos computerizados de los posibles efectos de la combustión del hidrógeno, en determinadas condiciones, y sobre todo en contacto con el cadmio de las baterías,  esa combustión era capaz de producir explosiones descontroladas y  en cadena de manera infinita, que llegaban a derruír el hormigón y dejar la más potente bomba atómica en ridículo. Es posible que todas la predicciones de Beatriz se cumplieran, y yo la dejé a ella allí fuera, y yo aquí dentro, como un cobarde egoísta escondido.


No puedo confirmar que sucedió realmente, pero ahora este nublado constante y el olor nauseabundo y metálico en el ambiente, me hacen pensar que el mundo está sumido en un ambiente venenoso y hostil para la vida, la tierra convertida en un nuevo Venus.  Estoy seguro que esta nubosidad que llevo observando durante todos estos días, se trata de nubes tóxicas, a cada paso que doy me cuesta más respirar.   


Había dedicado años a la fabricación de un potente filtro que evitaba el paso del gas más mortífero y limpiaba el aire de cualquier partícula radiactiva. Gracias a mi filtro, podía respirar aire puro en mi bunker y salvarme, pero me callé por miedo a que alguien hubiese plagiado mi invento antes de patentarlo, ¡siempre pensando en el maldito dinero! Ahora de que me sirven esos billetes de colores que aun guardo en mi caja fuerte. ¡Al menos podía haber dicho algo a Beatriz y tal vez le hubiese dado la oportunidad de salvarse! Entonces la encontraría viva y a mi lado, sería mi Eva y yo su Adán. Pero ahora solo he encontrado este árbol, que no sé si es el de la vida o no, pero ni siquiera tiene fruto, y sin mujer ni serpiente, nada soy en esta imagen literaria.


        



         En estos momentos me arrepiento de haber sido tan sensato al construir ese bunker de plomo y titanio, con paredes aisladas de las radiaciones externas, con filtros limpiadores de oxígeno y cubiertas de los mejores productos para mantener un equilibrio perfecto de humedad y temperatura. Tan obsesionado estaba en mi salvación, que no me preocupé de lo más importante, una compañera que compartiera esa experiencia conmigo, ahora toca morir solo.


Por eso cuanto te vi, me pareciste el árbol de la esperanza, que como aquel famoso ginkgo de Hiroshima que sobreviviera a la primera bomba atómica, tú lo has hecho a esta otra, la última hecatombe provocada por nuestros ambiciosos y perjudiciales deseos de dominación. Desde que te vi a los lejos, en lo alto de esta loma, que me ha costado subir, sudor y lágrimas, sabía que tenía algún sentido llegar hasta ti, árbol de la esperanza. Si, sé que no tienes fruto para darme, no ofreces nada que llevarme a la boca, que sacie este dolor interno, nada que me haga recobrar algo de fuerzas, pero sé que al menos si muero aquí a tu lado, bajo tu sombra, mis restos putrefactos en descomposición te servirán de alimento y quién sabe si abrirán un nuevo camino a la vida. Al menos encontrarán en esta gran piedra que comparte tu lugar, lo que aquí acabo de escribir, rememorando a los antiguos sumerios que con punzón en mano marcaron aquellas tablillas para la posteridad. Dejo constancia también que el amor de mi vida siempre será Beatriz, a la que ...


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