“Bajo el último árbol que queda en toda la tierra a la
vista me resguardo, no porque busque su sombra, hace mucho tiempo que el sol no
aparece, ha sido ocultado por esas nubes sulfurosas que antaño presagiaban
lluvia, hoy solo calamidad. En realidad he salido de mi refugio en el cual he pasado escondido, hasta que mi despensa se ha agotado. Día a día he
pasado ahí dentro intentando localizar vida, rastreando todas las frecuencias
de radio en busca de un mínimo mensaje de alguien al otro lado, pero sin
respuesta.



No hay nada vivo por aquí, ni tan siquiera una rata, a la
que ahuyentar o perseguir, ni una cucaracha o cualquier otro insecto con el
cual pudiera entretenerme, o saciar mi hambre, se han tropezado en mi camino.
No, absolutamente nada indica que pueda haber vida en este desolado paraje al
que antes considerábamos nuestro hogar, ese mismo que no supimos cuidar. Nos
adueñamos de todo, sin ser los dueños, quisimos dirigir su camino sin tener el
control. Quisimos explotar al límite todas las fuentes de energía que este nos
aportaba, pero sin compensarle, solo le pedíamos, sin darle nada a cambio.
Quisimos extraer de este todo lo que nos sirviera para nuestros egoístas
intereses, sin pensar en el futuro, sin plantearnos que nos estábamos
convirtiendo en un virus, en un parásito que tan solo infecta lo que toca y lo
destruye.
No olvidaré aquel día, cuando Beatriz y su ayudante me
mostraron los cálculos computerizados de los posibles efectos de la combustión del
hidrógeno, en determinadas condiciones, y sobre todo en contacto con el cadmio
de las baterías, esa combustión era
capaz de producir explosiones descontroladas y
en cadena de manera infinita, que llegaban a derruír el hormigón y dejar
la más potente bomba atómica en ridículo. Es posible que todas la predicciones
de Beatriz se cumplieran, y yo la dejé a ella allí fuera, y yo aquí dentro,
como un cobarde egoísta escondido.
No puedo confirmar que sucedió
realmente, pero ahora este nublado constante y el olor nauseabundo y metálico en el ambiente, me hacen
pensar que el mundo está sumido en un ambiente venenoso y hostil para la vida,
la tierra convertida en un nuevo Venus. Estoy
seguro que esta nubosidad que llevo observando durante todos estos días, se
trata de nubes tóxicas, a cada paso que doy me cuesta más respirar.
Había dedicado años a la fabricación de un potente filtro
que evitaba el paso del gas más mortífero y limpiaba el aire de cualquier
partícula radiactiva. Gracias a mi filtro, podía respirar aire puro en mi
bunker y salvarme, pero me callé por miedo a que alguien hubiese plagiado mi
invento antes de patentarlo, ¡siempre pensando en el maldito dinero! Ahora de
que me sirven esos billetes de colores que aun guardo en mi caja fuerte. ¡Al
menos podía haber dicho algo a Beatriz y tal vez le hubiese dado la oportunidad
de salvarse! Entonces la encontraría viva y a mi lado, sería mi Eva y yo su
Adán. Pero ahora solo he encontrado este árbol, que no sé si es el de la vida o
no, pero ni siquiera tiene fruto, y sin mujer ni serpiente, nada soy en esta
imagen literaria.
En estos momentos me
arrepiento de haber sido tan sensato al construir ese bunker de plomo y
titanio, con paredes aisladas de las radiaciones externas, con filtros
limpiadores de oxígeno y cubiertas de los mejores productos para mantener un
equilibrio perfecto de humedad y temperatura. Tan obsesionado estaba en mi
salvación, que no me preocupé de lo más importante, una compañera que
compartiera esa experiencia conmigo, ahora toca morir solo.
Por eso cuanto te vi, me pareciste el árbol de la
esperanza, que como aquel famoso ginkgo de Hiroshima que sobreviviera a la
primera bomba atómica, tú lo has hecho a esta otra, la última hecatombe
provocada por nuestros ambiciosos y perjudiciales deseos de dominación. Desde
que te vi a los lejos, en lo alto de esta loma, que me ha costado subir, sudor
y lágrimas, sabía que tenía algún sentido llegar hasta ti, árbol de la
esperanza. Si, sé que no tienes fruto para darme, no ofreces nada que llevarme
a la boca, que sacie este dolor interno, nada que me haga recobrar algo de
fuerzas, pero sé que al menos si muero aquí a tu lado, bajo tu sombra, mis
restos putrefactos en descomposición te servirán de alimento y quién sabe si
abrirán un nuevo camino a la vida. Al menos encontrarán en esta gran piedra que
comparte tu lugar, lo que aquí acabo de escribir, rememorando a los antiguos
sumerios que con punzón en mano marcaron aquellas tablillas para la posteridad.
Dejo constancia también que el amor de mi vida siempre será Beatriz, a la que ...
Si quieres conocer el desenlace de este y de otros relatos aparecidos en este blog, podrás hacerlo obteniendo la última versión del libro "Pensamientos solitarios"
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