Inundación


           

                Aquel sábado volvíamos de un congreso sobre ecología promovida por INTAE, la institución para la que trabajábamos mi esposa y yo. De regreso nos sentíamos muy satisfechos con el resultado del congreso, sobre todo porque se dieron a conocer los avances de muchos proyectos en pro de las mejoras que se empezaban a instalar en muchas fábricas y vehículos, a fin de rebajar el grado de expulsión de gases de efecto invernadero en las ciudades. Muchos países estaban alcanzando acuerdos para aplicar dichas tecnologías y demostrar que el hombre puede inventar también para beneficio de la naturaleza. Para muchos eran medidas que se tomaban tarde, pero en cualquier caso eran buenas medidas y nos congratulábamos por haber colaborado en estos proyectos.


             Solo cierta inquietud perturbaba mi optimismo y el de mi compañera Berenice. Eran las noticias que leímos por internet respecto a los efectos que las altas temperaturas en aquel inusual otoño en el hemisferio norte y el extremado y repentino calor primaveral en el sur, podían provocar. Estas coincidencias hacían preveer efectos temidos de derretimientos masivos en los casquetes polares, lo cual significaría una singularidad nunca vista. Los expertos no se ponían de acuerdo en cuál podía ser el límite en el que se llegaría al efecto bautizado como: "Efecto SROL", siglas en inglés que hablaban de una súbita y repentina subida del nivel del mar, que en las peores condiciones podría crear gigantescos tsunamis en las costas del Pacífico y Atlántico y crear una elevación del mar en algunos mares interiores, como el Mediterráneo o el Indico hasta alcanzar los sesenta metros o más. 


                Algunos confiaban que la llegada del invierno en el norte podría aliviar ese riesgo. Pero las semanas pasaban y las previsiones atmosféricas no eran del todo halagüeñas. Un día antes, había podido tener la oportunidad de charlar con el profesor Hunt, un eminente oceanógrafo que había acudido al congreso aquel día y este me había advertido personalmente de la situación y al despedirse nos había aconsejado alejarnos de las costas. Él mismo había decidido abandonar el lugar nada más concluir su participación pues la situación parecía extrema. Recuerdo que me explicó que el peligro no estaba tanto en los casquetes polares como se estaba diciendo, estos tan solo constituyen un 2% de toda la masa de hielo que hay en el planeta. Lo que realmente preocupaba es cuanto hielo fundido podrían absorber nuestros oceanos, provenientes de las masas de hielo de Groenlandia, Alaska, la Antartida y el hielo Pantagónico sur y otros. Eso, según Hunt era lo que más preocupaba a los expertos. Y ya estaban haciendo cálculos sobre la situación desde diferentes perspectivas y utilizando distintos métodos. Todos ellos concluían en lo mismo: El efecto SROL estaba muy cerca. 


              Al mismo tiempo, otros expertos representando a los gobiernos y las empresas de turismo, rechazaban las teorías catastróficas de Hunt y otros, pues decían que había una posibilidad entre mil que pasara algo así y no era esta la primera vez que coincidían días calurosos en el sur y en el norte, pero se necesitaría al menos un mes o más para que pudiera ser peligroso y eso no iba a suceder. 


                



                Lo primero que observamos una vez tomada la carretera fue que ese día el tono del horizonte parecía diferente a otros, el mar a los lejos ofrecía un color azulado más oscuro de lo habitual, casi negro, lo cual podía ser indicación de la frialdad de su temperatura, que contrastaba con el sofocante calor de ese final de octubre. Sin observarse viento, notamos como las olas iban sacudiendo las costas de manera cada vez más violenta. Y eso fue el primer signo de alerta, en pocos minutos que llevábamos por aquella carretera que llegaba hasta nuestra localidad, Berenice se dio cuenta que parecía como si el mar se fuese adentrando más y más tierra adentro. Yo no me lo creí, pensé que era una apreciación poco objetiva, teniendo en cuenta la distancia desde donde estábamos. Pero dada sus insistencia, nos detuvimos en un saliente de la carretera, donde casi me obligó a detenerme. Pero fue entonces cuando pudimos tomar nota de lo que se estaba fraguando en el mar, que no parecía ser nada bueno. Desde aquella altura podíamos observar todo el litoral y fuimos testigos como en cuestión de cinco minutos el mar había invadido el paseo peatonal que bordeaba la costa, las olas casi lo cubrían por completo. Llevaba unos prismáticos en el coche, un regalo que había comprado para mi hija, la cual soñaba con ser exploradora. 


                Una repentina llamada confirmó nuestros temores, la madre de Berenice nos hizo saber que se había dado una noticia por la radio y la televisión advirtiendo sobre una marea alta poco común. Ariana, mi hija quería ir al paseo marítimo con su abuela, ella vivía cerca de allí, pero ahora lo estaban evacuando. 


                Inmediatamente encendí la radio del coche, buscando una emisora de noticias que nos pusiera al corriente de tal novedad. Y efectivamente, encontramos una en la que explicaban el efecto al que habían bautizado como “marea radical”. Más no parecían interesados en dar una explicación más allá de la meramente casual. Nada decían sobre lo que estaba ocurriendo en otros lugares más al sur o al norte, pero hasta donde nuestra vista alcanzaba el efecto se estaba produciendo en toda la costa de nuestra área.


                .....
                 
              Así que raudos nos abrochamos los cinturones y nos dispusimos a tomar la carretera de nuevo. Según llegamos a la ciudad vecina, notamos que el tráfico se hacía cada vez más lento, una larga caravana de miles de vehículos colapsaban los tres carriles de aquella vía, tanto en una dirección como en otra. Al ver los carteles luminosos en un puente de la carretera nos hizo descubrir la razón de semejante atasco, un accidente de dos camiones había paralizado la circulación.

                
               Puesto que no estábamos dispuestos a perder tiempo, resolvimos tomar un desvío que nos llevaba al pueblo anterior al nuestro, desde allí tomaríamos una carretera interior cerca de la costa. No era el camino más corto, pero dadas las circunstancias, nos llevaría menos tiempo que aquella atestada carretera. Si bien no fuimos los únicos que decidimos tomar ese supuesto atajo, muchos vehículos también colapsaban la entrada a la ciudad, confiábamos que según fueran desplazándose hacia un lugar y otro de aquella villa, nuestro camino quedaría libre.

                 
                El tiempo pasaba y no veíamos el momento de aligerar ante tanta gente al volante, más aún cuando nos topábamos con guardias que nos cortaban el paso desviando la circulación a vías alternativas. La impaciencia estaba haciéndome lanzar maldiciones contra todos ellos, en voz baja, claro, pues lo que menos deseaba en esos momentos era que nos detuvieran en un control. 


                Por fin alcanzamos una calle que después se convertía en una carretera que llevaba a una urbanización, que en aquellos tiempos se había convertido casi en una ciudad más. Nos movimos entre sus numerosas encrucijadas y curvas, hasta llegar a la parte más baja de esta. Allí nos tendríamos que enfrentar ante todos nuestro temores. 


                Lo primero con lo que nos topamos nos dejó helados, eran cientos de coches flotando y siendo arrastrados de aquí para allá por el creciente oleaje. No cabíamos en nuestro asombro al ver que todas las calles que giraban a la izquierda, daban a una especie de río de grandes dimensiones, era en lo que se había convertido la calle principal.  ¡No puede ser! ¡Eso está a más de quince metros sobre el nivel del mar! 
–Apuntó Berenice-, señalando el mapa en el GPS del coche. 



                Desistimos en nuestra idea de tomar ese rumbo, pero recordé que al final del tramo serpenteante en el que se había convertido la calle que seguíamos, había un desvío a la derecha que también nos llevaba al otro lado de la pequeña colina que dividía los dos municipios. Todos mis esfuerzos iban ahora encaminados a tranquilizar a Berenice, que no tenía tan claro que por aquel camino se llegara a alguna parte. Intentaba contactar con su madre, pero las líneas estaban colapsadas y las aplicaciones de mensajería tampoco funcionaban, posiblemente, era el resultado de que miles o millones de personas de todas partes intentaban comunicarse unas con otras, esto bloqueado los sistemas. En cualquier caso yo si estaba seguro de poder lograr llegar al otro lado. Tan solo me intranquilizaba el giro al sur que daba el camino poco antes de llegar a donde queríamos. Pisé el acelerador todo lo fuerte que pude, sabía que luchábamos contra el reloj. Un viejo depósito de basuras estaba cerca, y nos sorprendió que de repente miles de criaturas oscuras de todos los tamaños se cruzaban en nuestro camino, tuve que aminorar la marcha ante la avalancha de esos pequeños seres que cruzaban la calle, cada vez en mayor número. Eran ratas, que presintiendo el peligro se alejaban tierra adentro en busca de escapatoria, cuando giramos a la izquierda siguiendo el camino nos dimos cuenta por qué lo hacían. 


                El agua estaba alcanzado la calzada cuando giramos a la izquierda, y no tuvimos más remedio que pasar por allí, bajo los gritos de mi esposa al ver la altura y la fuerza que demostraban las aguas. No podía correr mucho pues el agua cubría las ruedas en buena parte del trayecto, mi esperanza era ver al final el tan ansiado desvío a la derecha. Pero la subida de las aguas parecía llevar una velocidad mayor que la que llevabamos nosotros, pronto notamos que las olas chocaban contra las ventanas de nuestro vehículo. Ya no las tenía todas conmigo, pensaba, mientras animaba a Berenice, con la falsa esperanza de que nos hallábamos ya muy cerca del camino a casa. De repente notamos que el coche se movía de manera extraña, como hacia un lado y otro, sin que yo girara el volante. Fue entonces, sin pensármelo dos veces que me metí en el bordillo y subí por un terraplén. Al no poder subir más, detuve el coche y sugerí a Berenice de bajarnos, pero no fue hasta que grité como una orden de un general de malas pulgas, que esta no me hizo caso y entonces salimos. Justamente cuando una inmensa ola nos cubrió por completo. Solo nos salvamos de ser engullidos por la aguas y arrastrados por la fuerte corriente, gracias a asirme fuertemente a un árbol cercano con una mano y sujetar fuertemente a Berenice con la otra. Vimos como lo que no nos llevó,  de una sola tanda se tragó nuestro vehículo. 


                Tuvimos que trepar por el montículo ayudados por las ramas del árbol y salir a toda velocidad campo a través. Observé gente a lo lejos saliendo de las casas que daban a un camino, unos cien metros de donde nos encontrábamos y eso me dio una idea. Es posible que estén evacuando y con un poco de suerte nos podrán acercar hasta la ciudad. 



                Para ese tiempo, mis cálculos me decían que el agua había alcanzado los veinte metros, sino más. ¿Cómo podía estar haciéndolo a semejante velocidad? Esto desde luego nada tenía que ver con una crecida inusual o marea extrema, estaba claro que nos enfrentábamos a una subida brusca y extrema del nivel del mar, un verdadero fenómeno SROL. Corrimos todo lo que pudimos por aquel lugar, tropezando con las ratas que chillaban y corrían, creando una especie de río viviente. Recordaba que en cierta novela había leído que para salir de un peligro, siempre es lo mejor seguir el camino de las ratas, ellas siempre se salvan.


              ....


                Nos bajamos, pensando en llegar a casa y luego tomar rumbo al centro para recoger a nuestra hija. Pero nos quedamos atónitos contemplando el panorama, nada parecido a la ciudad que habíamos dejamos esa mañana cuando nos dirigimos al congreso. Las esperanzas de encontrar a alguien que nos acercara hasta el centro se esfumaron al doblar la primera esquina de la rotonda. Una larga caravana de vehículos copaban ambas vías de la avenida, en algunos lugares parecían ocupar hasta cuatro carriles, pues no había vehículos aparcados en sus lados, como era lo habitual en esta. Todas la vías ocupadas por coches dispuestos a abandonar la ciudad, era algo increíble de ver. Logré fijarme que al fondo de la avenida, no demasiado lejos de donde nos encontrábamos, las revueltas aguas del mar ya rodeaban a algunos edificios, los más altos. Pudimos ver gente encima, agitando sábanas blancas, aclamando por ayuda. 



                La expresión aterradora de los supervivientes subiendo en lenta pero constante procesión, denotaba angustia y sorpresa por lo repentino del suceso, y nosotros éramos los únicos que nos adentrábamos al abismo. Muchas personas subidas en lo alto de atestados vehículos nos observaban con extrañeza, algunos se atrevían a advertirnos de lo que había calle abajo, como si no conociéramos muy bien hacia donde nos dirigíamos. Cientos de coches salían de todas las calles perpendiculares que para ese momento se encontraban también colapsadas y solamente los más osados y con gran esfuerzo lograban unirse, haciéndose un hueco en la larga procesión, que en algunos lugares parecía casi detenida. 

                


                ....



                En cuestión de segundos nos subimos a un contendor y rezamos todo lo que sabíamos para que este no tuviera agujeros en el suelo o en los laterales. Antes que nos diéramos cuenta una ola nos alcanzó y nos arrastró hacia dentro. Y casi sin darnos cuenta estábamos flotando en aquella inapropiada embarcación. Desde allí vimos como la avenida se iba inundando por unas aguas que no solo avanzaban frente a nosotros, sino que sorprendía a los que se encontraban en ella al entrar con furia por las calles aledañas, ya plenamente inundadas en cuestión de segundos. El caos se apoderó de la desesperada masa de personas que se amontonaban, corrían, se encaramaban encima de los coches que apenas podían avanzar y acababan flotando intentando agarrarse a toda clase de objetos. La avenida se había convertido en una caravana de hormigas alcanzada por una corriente gigantesca de agua,



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