Aquella voz





Nunca olvidaré el día que te conocí, fue en aquel curso de verano en la universidad, al que asistí. Tú eras el invitado especial, todos te conocían, tanto, que según me contaron, muchos participaron ese día de aquel encuentro tan solo para verte en persona, recibir la sabiduría que brotaba de esa boca privilegiada que a menudo escuchaban en ciertos programas de radio. Yo en cambio, jamás había sabido nada de ti. En realidad, me presenté en aquel acto motivada por la temática del discurso, pero nada más. Me imaginaba un tedioso monólogo sobre filosofía clásica, como uno más de tantos a los que he asistido en mi vida. Pero como era y sigue siendo un tema que me atrae, lo hice con gusto.
En esa ocasión, no fui porque me sedujera tu elegancia al andar o tu corpulencia, ni tu rostro con esa pronunciada barbilla o la forma de tu nariz, ni el color de tus ojos. Nada de eso llamaba mi atención, por ello, hasta que te sentaste frente aquella mesa de simposio y empezaste a hablar, no significaste nada especial para mí.
         En un principio, me pareciste demasiado serio cuando te escuché hablar: tu elocuencia, esas sesudas charlas que dabas, ese conocimiento que fluía de una mente que ansiaba expresar todo lo que había dentro. Pero me dejaste atónita y perpleja, y fue eso lo primero que me atrajo de ti. Sentí admiración por el esfuerzo que significaba hablar durante horas con esa facilidad y seguridad, como el acróbata que se lanza sin red. Luego según te oía, el tono seguro de tu voz empezó a iluminar mi mente y me hacía ver lo que no podía ver. Te escuchaba atentamente mientras hablabas de futuro, de construir nuestro propio destino, de abrirnos camino en medio de la oscuridad del mundo que nos rodea, de romper las barreras que nos impedían movernos con naturalidad en un entorno hecho por otros y para otros. En ese ámbito parecías como pez en el agua, fuera de aquel contexto, sin embargo, nada sabía de ti, eras un misterio que sembraba mi mente de dudas y vacíos. Pasaban los días, empecé a desear que llegara tu turno, y mientras te escuchaba, comencé a imaginarte fuera de allí, sin esa cúpula impenetrable que me distanciaba de ti. Esa misma distancia que hacía que mi voz sonase quebradiza y temblorosa, cuando llenándome de valor, pedí comentario. Tu respuesta, dirigida a mi persona me llevó a flotar de gozo y creí ser la persona más feliz del mundo. 
         Deseaba poder acercarme y escuchar esa varonil voz frente a mi cara,  notar el calor de tu habla en mi rostro dirigiéndote solo a mí, captar el aroma de tu aliento cerca. De eso, según pasaban las horas, pasé a imaginar que palpaba tus manos, que sentía el roce de tu piel, tus dedos acariciando mi cara, reconociéndola. Aquellos pensamientos empezaron a crear en mí un sentimiento profundo, incapaz era de ponerle freno a mi imaginación y mis deseos, simplemente no quería hacerlo. Tan solo deseaba volver al día siguiente a la ponencia, para estar todo lo cerca que de ti podía estar.
         Uno de esos días, recién acabada la clase, me aventuré a acercarme hasta tu presencia, dispuesta a romper la barrera invisible que nos mantenía separados. Tu papel era enseñar y el mío aprender. ¿Qué podía yo ofrecerte si no era capaz de mostrarte ni siquiera mis cualidades externas? Mi madre siempre me repetía que era preciosa, que tenía un rostro angelical, y que encandilaría a cualquier hombre que me contemplase. Pero yo no podía comprobar eso y menos contigo.
Sabía que a una persona como tú, por mucho que me arreglase, que luciese el vestido más llamativo, provocador o elegante, eso no sería digno de tu admiración. Tampoco que me acercase a ti como una diva llamando la atención sobre mí, o usando un tono sutilmente provocador. Tú estabas por encima de eso, debía ganarte buscando tu sabiduría; tu encanto estaba en tu saber y allí debía tocar las cuerdas que me llevasen hasta tu altura. Fue un breve saludo con un beso, siguiendo las costumbres protocolarias de nuestra zona, las que despertaron en mis entrañas, sentimientos jamás sentidos por nadie, aunque reconozco que yo hubiese querido más. Pero fueron tus palabras al saludarme las que marcaron mi devenir desde entonces, ese deseo tuyo por hablar cara a cara conmigo, por supuesto incitado por las buenas referencias que de mi dieron los que te flanqueaban, quienes reconocían mis méritos.
         A partir de ese momento, en mis sueños tú siempre estabas presente, soñaba en ocasiones que te dirigías a mí, hasta llegué a sentir tu cuerpo cerca del mío, mientras me susurrabas hablándome al oído cosas hermosas, que con solo recordarlas aún ahora, despiertan en mi pasiones escondidas, sensaciones que jamás había disfrutado. Soñaba que me tomabas de la mano y me guiabas a un lugar maravilloso, lleno de felicidad, una especie de bosque que acababa a la orilla del mar, oía el canto de los pajarillos que se mezclaban con el golpeteo de las olas sobre las rocas. Luego me adentré en tus aposentos, nos divertimos, nos reímos de todo. Después sentí tu respiración, disfruté de tus besos, tus caricias, te sentí completamente mío. Pero eran solo sueños, la realidad vino a golpear dónde más duele.
         ¡Fue grande mi angustia cuando supe que te marchabas y nos dejabas! ¡Cuánta congoja la mía al aceptar que lo nuestro no podría ser! ¡Cuánta frustración me causaba el pensar que podía haberte perdido para siempre! Desde que te conocí en aquella sala de conferencias, algo en mis entrañas, en la parte más profunda de mí, me decía que yo estaba en este mundo por ti, pero no contaba con que la barrera que nos separaba era tan infranqueable. Tu estatus te hacía viajar, conferenciar de un lugar a otro, pero yo me propuse seguirte, si, ir tras tu halo, si era necesario ir tras de ti hasta el fin del mundo.
         Por eso luché por volver a saber de ti, por conocer el destino que tu labor te deparaba, averiguar de qué manera podría acercarme a tu persona. Y hasta que no lo logré, no desistí de preguntar aquí y allá. Hasta pedí al invisible Dios ante el que todos estamos en igualdad de condición, que me permitiese encontrarte y darme la oportunidad de conocerte mejor y tú a mí. Removí cielo y tierra para que ese deseo mío me fuera concedido, aportando las cien mil razones más rebuscadas que se me ocurrían para trasladarme de paraninfo. Lo que el amor de una mujer no logre, ni todo el ejercito de cielos y tierra juntos lo conseguirían.
         Mas cuando me creía victoriosa pensando que todo mi esfuerzo iba a llamar tu atención, me di de bruces con una triste y dura realidad. Recuerdo que salíamos de aquel edificio, tras acabar la clase, y entonces yo me propuse acercarme a ti para citarme contigo, con el lógico pretexto de que me respondieses algunas preguntas sobre cuestiones que no había entendido bien, pero en privado, cara a cara, sin nadie alrededor. Sabía que no te ibas a negar a ello, sobre todo cuando era una de las alumnas aventajadas, según tus propias palabras, y tu debilidad radicaba en tus ansias por compartir sabiduría.
Pero cuando, como un trueno que anuncia tormenta, aquella voz femenina irrumpió entre nosotros, me quedé sin habla. Tú insististe en preguntar qué era lo que yo quería saber, pero no pude seguir. Esa llamada, que con la confianza de ser la dueña de tu corazón, te decía cariñosamente: “cielo ven conmigo”, me hizo descubrir que había alguien que llenaba tu vida. Sentí entonces, un profundo dolor en el pecho, como una presión que dificultaba mi respiración y, la inevitable sensación de que mi semblante decaía y temía que todo el que me viese lo notara, por eso decidí huir.

         Me fui sin mediar palabra, en silencio, a llorar sola mi amargura por tan grande desengaño. ¡Qué idiota me sentí, pensando que el amor iba ser tan fácil! La ingenuidad de mi inexperiencia, mi primer amor de verdad, profundo y sentido, pero utópico. ¿Cómo no investigué antes tu estado? Me hubiera evitado llegar tan lejos en mis pensamientos y deseos, o tal vez no, pero al menos no tendría que afrontar ahora un cara a cara, con mi moral por los suelos y mi corazón partido. Todavía siento la congoja al recordar ese episodio.
          Pero me armé de valor y, asumiendo la derrota, me presenté los siguientes días...    

               

Si quieres continuar la lectura de este relato y ver su desenlace final, puedes hacerlo obteniendo el libro "Pensamientos solitarios"  donde aparece este y otros relatos aparecidos en este blog.
De venta en Bubok
En Amazon Europa
En Amazon América
En Tus Libros.com

Obra registrada en el registro de la propiedad intelectual
 Num registro:  1408021638728

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa historia, debería hacernos reflexionar....