EL ÚLTIMO PETROBRUSCIANO
Era una apacible tarde de Mayo del año 1165, el sol
primaveral aún pasadas las siete, todavía calentaba agradablemente el día y
ofrecía luz suficiente para que labradores y braceros recogieran unos y
sembraran otros hasta casi las nueve. En la pequeña ciudadela, dentro de la
segunda muralla, los niños jugueteaban en la plaza, y las mujeres bajaban a los
pozos cercanos en busca de agua para el primer baño de sus maridos, que no
tardarían en regresar del duro trabajo en el agradecido campo del Languedoc
francés. Los pajarillos que anidaban en el inmenso árbol que hacía sombra a una
de las torres de la muralla interna del castillo, llenaban de agradables
melodías aquel tranquilo atardecer.
Ese sonido que
evocaba la felicidad primaveral, anunciaba la venida del buen tiempo y la luz
de los días más largos, no servían sin embargo para alegrar a Arnaud, antaño
hombre estimado por muchos en la ciudad, hijo de un famoso escribano que se
dedicaba a copiar toda clase de manuscritos por encargo. Virreyes y condes de
diferentes ciudades y fortalezas de todo el condado de La Champaña, requerían
de sus servicios para toda clase de manuscritos, desde libros de los grandes
filósofos griegos, hasta las más famosas novelas clásicas o simplemente
escritos de la época, que en su mayoría eran historias juglarescas.
Sin embargo
Arnaud, ahora estaba pagando cruelmente por ejercer su trabajo, el que
hábilmente había aprendido de su padre. Él fue quien le enseñó el arte de la
escritura y, sobre todo, el de la meticulosidad. Solo así, pudiendo hacer
buenas transcripciones sin cambiar los originales, podía ser llamado por muchos
de los nobles a los que su padre sirvió. Su pericia era mayor, pues gozaba de
muy buena vista, su padre casi toda la vida necesitó de la piedra de cristal
para leer, a fin de poder revisar bien el contenido de sus trabajos, pero
Arnaud no necesitaba de eso. No obstante esa pericia la utilizó en una labor en
aquellos tiempos permitida solo a ciertos monjes de algunos monasterios
controlados por la iglesia y eso provocó su caída en desgracia, la deshonra
para el nombre de su padre y la ruina para su familia.
Ahora, en
aquella mazmorra mugrienta donde estaba recluido, acompañando a ladrones y
criminales, podía escuchar los gritos y jugueteos de los niños en la plaza principal,
mas no el de los suyos. Estos, junto a su esposa Milena habían sido
desterrados, expulsados de la ciudad, ahora les tocaba vagar en busca de lo que
hasta ese tiempo habían tenido en abundancia. Arnaud primo del
señor de la ciudad, disponía de tierras que además del trabajo de copista
proporcionaron una renta que les hizo tener una vida cómoda, ahora todo eso era cosa del pasado.
Para Arnaud,
el solo hecho de pensar en ellos le angustiaba más que todos los sufrimientos
que hasta ese momento le habían hecho pasar sus torturadores. Más que la falta
de comida, pues apenas le lanzaban un mendrugo de pan, le pasaban un cuenco con
unas cuantas habas y un cazo con agua al día. Más que las incontables
humillaciones y los golpes recibidos por los guardias que custodiaban las
mazmorras y que parecían disfrutar con el sufrimiento de los reos,
especialmente con los que consideraban presos importantes, como Arnaud al que
golpeaban con palos, mientras escupían y lanzaban sus propios excrementos
contra él, sin el más mínimo atisbo de misericordia y por más que suplicara
clemencia.
Arnaud, sufría
por el porvenir de los suyos, ya que los peores augurios se estaban cumpliendo,
no solo acabaría en el mejor de los casos en aquella celda para toda la vida,
eso lo podía considerar un honor, sufrir el mismo tormento que el gran Enrique
de Lausana, o la muerte como Arnaldo de Brescia. Lo más duro era pensar que su
primogénito Renuard se vería desposeído de toda herencia, rechazado como un
maldito y en la indigencia. Su familia estaría en peor situación que los
campesinos asalariados que trabajaban para los señores feudales, estos por lo
menos tenían techo y algo que llevarse a la boca. Ahora ante la joven Milena,
solo se abrían dos caminos para sobrevivir ante aquella tragedia, la mendicidad
o la prostitución.
-¡Sacadme de
aquí, soy inocente!
-Agua, agua,
tengo sed, por el amor de Dios
-¡Tengo hambre, tengo hambre!
-¡Tened
misericordia de este pobre enfermo! Ayuda por favor
El relato continúa en la obra "Pensamientos solitarios" que se puede obtener en la siguientes librerías Online
https://www.amazon.com/Pensamientos-Solitarios-Apasionantes-lecturas-minutos-ebook/dp/B01DK944JU?ie=UTF8&*Version*=1&*entries*=0
1 comentario:
Interesante. . Me gusta éste tipo de novela histórica, sobretodo de mi época favorita q es la medieval, lo polémica q se daba con la Iglesia como institución suprema, el status de la población... Todo, me encanta..
Publicar un comentario