ERGAMÚ
Luis Ernesto Romera
Num Registro SaveCreative: 1308125565954
Primeras paginas:
Ergamú había logrado lo que
durante días llevaba intentado en vano, y no cabía en sí de felicidad por lo
que consideraba su gran hazaña. Poder demostrar ante sí mismo y ante los demás
de la tribu, sus dotes de buen pescador. Aquel gran piraruco, así llamaban en
la aldea a aquel terrible e inmenso pez, medía casi un metro, el más grande que
desde hacía tiempo nadie había capturado. Yenduki, su mentor y amigo se alegró
tanto, que chocó su pecho contra el de Ergamú, era la costumbre común entre los
chaimalokas para felicitar efusivamente a alguien a quien se aprecia. Lo mismo
hizo Meduki, quien conducía la canoa y al que, pese a su fuerza le costó mucho poder cargar
con semejante pieza. En ese momento
todos cesaron de pescar, pues con aquella captura tenían más que
suficiente para comer toda la aldea.
Para
Ergamú, llegar a la aldea con semejante pieza iba a significar, ser aceptado
como un igual, compartir círculo de comida en la tribu y tener voz y voto en
las tertulias, privilegio del que hasta ese momento había sido privado.
Lucía
feliz y orgulloso pues ahora por fin iba a ser considerado parte del grupo, su
pálida piel clara había dejado de ser un problema, ya no se sentía diferente. Aunque
aún no podía articular muchas palabras en aquel extraño lenguaje y no podía
explicar su origen, pues no lograba recordar quién era, ni de dónde venía, pero
ahora se sentía un chaimaloka más.
El recuerdo más lejano que
su mente guardaba, era el rostro de la bella joven Akuyena, tocando su piel con
gran curiosidad, mientras otras mujeres, todas con el torso desnudo curaban sus
heridas con sabia del árbol Tabebui, y las cubrían con hojas de chusalonga,
abundantes en la zona. Ella le hablaba constantemente en aquel extraño lenguaje
en un tono cadente y dulce, y con sus ojos de suave rasgado y color aceituna,
no dejaba de mirarle de arriba a abajo, como si de alguien bajado del cielo se
tratara, su larga cabellera de un negro y liso pelo dejaba
entrever sus pechos desnudos, sin ningún atisbo de inmoral actitud. El paso del
tiempo y la paciencia de Akuyena y de su hermano Yenduki, habían ayudado a
Ergamú a poder entenderles hasta el grado de poder comunicarse, de forma
limitada, más suficiente para su feliz convivencia en la pequeña y aislada
aldea amazónica.
Meses atrás un grupo de mujeres que habían ido al
lugar en busca de follaje para las chozas, entre ellas la joven Akuyena, hija
de uno de los líderes de la aldea, quien escuchó un gran estruendo y alertó de
aquella extraña presencia. Cuando se acercaron, allí estaba aquel hombre de
piel clara malherido, cerca de un extraño artefacto, cuyos restos muy
maltrechos, habían quedado suspendidos sobre la gruesas ramas de un frondoso árbol
samán. Una de las mujeres reconoció ese misterioso objeto como las canoas
voladoras de las que hablaban muchos cazadores, quienes las habían visto en
alguna ocasión surcar los cielos a gran velocidad. Un fuerte golpe en la cabeza
había provocado que el joven no recordara nada, ni quién era, ni de dónde
venía.
Al ver aquel hombre en ese estado decidieron por
unanimidad llevarlo hasta la aldea. Peor suerte tuvieron los demás tripulantes, atrapados entre los amasijos del artefacto volador, algunos
murieron en el acto quemados en sus entrañas.
Pese
a las reticencias de Nacuaru el viejo chamán, y visto que no parecía
representar peligro, el amnésico joven fue conservado con vida. Nadie jamás
en la aldea había visto a un hombre con ese aspecto, blanquecino, pelo claro, de cuyo
rostro según iban pasando los días, salía pelo del mismo color que su cabeza,
por eso le llamaron Ergamú, que en su lengua significaba "venido del
sol".
Algunos de los aldeanos
entre ellos Akuyena la propia hija del chamán albergaban la esperanza de que se
tratase del hijo del sol, de quien muchas lunas atrás el sabio Wanakí había
profetizado que vendría. Según aquel sabio, este hijo del sol traería la paz
ansiada, librándoles de sus enemigos, los yekuonos, quienes les impedían cazar
más allá de la montaña negra.
-Mas allá de la montaña negra -relata Ayujene,
jefe de la tribu, mientras come del pez capturado por Ergamú- hay tierras donde abundan los deliciosos
monos saimuri, pero desde la llegada de los yekuonos, no podemos pasar a ella.
-¿Quiénes
son estos? -pregunta con curiosidad Ergamú
-Una
tribu de aguerridos guerreros que antes vivían dos lunas más allá de la montaña
negra. -le responde Ayujene-
-Y
¿Por qué están aquí ahora? -insiste de nuevo con gran curiosidad el joven de piel
clara-
-Dicen
que huyen de los gigantes devoradores de árboles que han arrasado su territorio
convirtiéndolo en yelmo desolado. -le contesta Yenduki, adelantándose al jefe
del clan-
-Los
yekuonos, siempre han sido nuestros enemigos, pero mientras no pasáramos dos
lunas mas allá de la montaña no pasaba nada, pero ahora los tenemos más cerca.
-explica Ayujene, ante la atenta mirada del joven de claro rostro-
-Esos
devoradores de árboles van desolando todo a su paso, y muchas tribus deben
huir, por eso están aquí los yekuonos, los devoradores de árboles son los
verdaderos culpables Ayujene, -responde indignado Yedunki-
-Si
¡Deberíamos luchar contra esos gigantes! -proclama torpe pero enérgicamente
Ergamú, quien deseaba defender la que ahora era su tribu, mientras todos le
miran extrañados ante tal invitación-
Nadie de los allí
presentes en realidad había visto a esos que llamaban "devoradores de
árboles", tan solo lo poco que habían escuchado de algunos cazadores que
se los habían encontrado en alguna ocasión cuando se habían adentrado mas allá
de la montaña.
-Son muy fuertes, -interrumpe el viejo Nacuaru-
-¿Tu
los has visto padre? -pregunta Akuyena, sabedora de la respuesta, pero como inquiriendo
para que de nuevo contara a Ergamú lo que cierto hombre le había hablado sobre esos
temibles devoradores de árboles-
-No,
hija, según me contó Yarawí el viejo cazador, poco antes de morir, -el sí pudo
verlos con sus propios ojos-, tienen monstruos gigantes, amarillos como el
pecho de un guacamayo ararauna, y cuyos grandes brazos arrancan árboles cual
ramas. Van montados en chozas que se mueven, las flechas no pueden con ellos, y
si los atacas, ellos responden con cerbatanas a las que no soplan, pero que
ellas solas pueden lanzar dardos ruidosos que queman y matan a quien alcanzan,
a más distancia, que ni el más fuerte y hábil cazador puede lograr siquiera acercarse.
Al
oír relatar esos detalles, el rostro de Ergamú cambia, su ánimo se torna en
preocupación. Mientras Nacuaru continuaba dando más detalles de aquellos
cortadores de árboles, un ligero recuerdo, como una visión repentina de su
pasado le deja ensimismado. El chaman seguía explicando detalles de aquellos
crueles y fuertes invasores, con esos monstruos de fuertes brazos. Entonces,
impactantes imágenes de enormes maquinas amarillas haciendo caer gigantescos
árboles, transportados en no menos grandes vehículos, invaden su mente.
Akuyena,
observando el repentino cambio en el rostro de Ergamú, intentó
inquirir en la razón de su preocupada expresión,
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