El año del hambre



“El año del hambre”; “el año de las cuatro hambrunas”; “La peor crisis humanitaria de los últimos 70 años”;  “Más de 20 millones de personas al borde de la hambruna” ;“La ayuda humanitaria no acabará con el hambre”. 


Estos son algunos titulares que he tenido oportunidad de leer recientemente en prensa escrita o en medios de internet. Son noticias reales, no antiguas, no hablan de los tiempos de las postguerras mundiales de los años veinte o cuarenta. Todos estos titulares apuntan a este año 2017, no a otro, lamentablemente es una realidad, espeluznante y cruel, pero cierta. Curiosamente, como tantas hambrunas, estas que se esperan no son causadas por la escasez en las cosechas, por sequía, u otras catástrofes llamadas naturales, sencillamente se deben a ese cabalgar de dos jinetes, la guerra y el hambre que siempre corren uno detrás del otro. Curiosamente los expertos avisan que se avecinan estas hambrunas, mientras el mundo continúa con sus quehaceres y sus preocupaciones particulares, que nada tienen que ver con esas guerras. Conflictos por otro lado innecesarios, por no decir totalmente inexplicables. 

Por ejemplo, uno de los cuatro focos de hambre se encuentra justo al sur de una de las naciones más ricas del mundo, Arabia, la tierra de los grandes jeques del petróleo. Estos tienen una especie de clavo en la bota que les molesta, una especie de talón de Aquiles, un país pobre en extremo, pero al que de manera inexplicable temen, como si fuera una terrible potencia que les quiere avasallar.


Nos referimos a Yemen, un país fértil, pero pobre, cuyo conflicto con Arabia surge en 2015, a raíz de la caída en desgracia del dirigente en el poder a manos de una fuerza en auge, la de los hutíes, con raíces religiosas chiíes. Y ese, en aparente pequeño detalle, es el detonante suficiente para que Arabia se decida a formar una alianza con Egipto, Jordania, Emiratos árabes, Sudán, Kuwait y otros países de la zona, hasta diez, para acabar con “ese terrible enemigo”, un pequeño ejército de entre unos dos mil a diez mil soldados. Todo porque esa minoría está apoyada por la otra potencia chií, Irán.
El resultado de esa intervención es terrible, ciudades bombardeadas sin descanso, miles de personas atrapadas al borde de la tragedia, sin ayuda, sin salida, abocados al hambre. Mientras, el nuevo gobierno yemení para defenderse de los ataques de Arabia y sus aliados, ha incrementado su gasto militar hasta los 1800 millones de euros en recursos para la guerra. Según los informes, se necesitaría 1400 millones para paliar la situación de los más necesitados y garantizar la asistencia humanitaria a la población, pero Yemen no tiene fondos para eso, aunque sí para la guerra, defender su patria es más vital que defender la población. También resulta llamativo que los mismos países que abastecen a Arabia con armamento, también sean los principales proveedores de Yemen, España uno de los que más, las empresas del sector armamentístico nada saben de crisis. 



                Otra paradoja en el tema del hambre es Sudán, país rico en petróleo y algodón, uno de los que apoya a Arabia con soldados y armas en la guerra contra Yemen. La parte sur de ese país africano se encuentra en situación crítica, desde que esa región en guerra se escindió del norte, y que ahora se conoce como Sudán del sur, la situación no se ha calmado. Sudan es además responsable de otro tristemente famoso conflicto, el de Darfur, al oeste, en el que miles de personas mueren en desplazamientos sin salida y en riesgo permanente de hambruna, al estar atrapados en una tierra en caos, sin ayuda, en un genocidio encubierto. 

                Otro país en constante conflicto es Somalia, y donde cada cierto tiempo se repite la historia, sequías cosidas con los hilos de un conflicto que dura décadas y que no tiene visos de detenerse, han sumido al cuerno de África en la región con más muertes por hambre de todas las que se conocen. 

                Por último, resulta paradójico que Nigeria, un país petrolero, minero, principal productor de industrias petroquímicas de toda África, admirado por China, una de las economías más potentes del continente africano esté en situación de hambre. Pero es así, una extensa región dominada por los insurgentes fanáticos de Boko Harum, están destruyendo las posibilidades de existencia de una gran parte de la población del sureste, apoyados estos sectarios por sus vecinos del Chad y por Al-qaeda, la milicia fanática suní.

                En gran parte se puede observar que los conflictos que están creando estas situaciones de hambruna, son sociopolíticos-religiosos. Estas escaseces de alimento apenas tienen que ver con situaciones naturales o climatológicas, pues en muchos casos se trata de tierras fértiles, otras regiones de buena pesca, ganado, pastos, pero bañados con la sangre del egoísmo y el odio. Para el ciudadano occidental son conflictos lejanos, que apenas tienen repercusión en los telediarios, esos que ponen a las horas en las que muchos nos atiborramos de comida conseguida en grandes superficies donde encontramos estanterías repletas de alimentos, que en gran parte de tiran antes de llegar a caducar. 

Por otro lado vemos más Ongs, que nunca en la historia, quizás conocemos a unas cuantas, (Cruz roja, Manos unidas, Médicos sin fronteras, Unicef, Intermon-Oxfam, Anesvad, Intervida, Save the Children, Acnur, etc), pero en realidad hay millones, solo en Reino unido hay 5.543 agrupaciones de ONGs registradas y en cada país funcionan otras tantas, en algunos países como España, es difícil saber a ciencia cierta cuántas hay registradas, aunque se calculan unas 15,000. Y se sabe es que, tan solo en España se destina aproximadamente unos 2,000 millones de euros anuales a las más importantes. Bien es verdad que de las millones de Ongs que operan en el mundo, solo una décima parte de estas se dedica a la ayuda a la pobreza, a paliar el hambre o las consecuencias de las guerras, otras muchas se dedican a luchar a favor de derechos, libertades, salud, educación, protección del medio ambiente, protección animal, drogodependencia, igualdad sexual, etc.

Centrándonos en las que se dedican a países pobres o en crisis humanitarias, algunos estudios indican que, una de cada cinco ONG de las más importantes gastan solo la mitad de lo que reciben en ayudar para los que lo necesitan. El otro 50% se gasta en publicidad, salarios, infraestructuras y otros menesteres relacionados con el marketing y gastos estructurales. Sería difícil calcular cuántos miles de millones de euros se mueven en todas las ONGs, y más difícil es hacer una estimación cercana de cuánto de ese dinero llega a donde debe llegar. Y con esto no pretendo menospreciar, ni hacer una crítica destructiva al esfuerzo de cientos de miles de voluntarios y la labor de estas organizaciones. Personalmente colaboro mensualmente con una ONG para ayuda infantil, tengo familiares y amigos voluntarios en países con necesidad y otro familiar trabaja en asuntos sociales a nivel local. Pero reconozco que son muchos años escuchando las mismas cosas, las mismas solicitudes de ayuda, y como cualquier persona que colabora, me pregunto ¿por qué las cosas siguen igual? Es verdad que la ayuda que uno pueda aportar se reduce a unos pocos euros cada mes, pero sumados llegan a miles de millones de euros a nivel mundial, sin embargo, la necesidad no cesa. Como decía uno de los titulares antes citados, la ayuda humanitaria no acabará con el hambre este año, como no lo ha hecho en los años pasados, y lamentablemente, ni el que viene. Yo recuerdo muy bien anuncios de campañas contra el hambre de hace veinte y treinta años, campañas que se repiten y que intentan concienciarnos, enseñando por televisión escenas espantosas, impactantes. 


 Hambruna de pirncipios de siglo XX en África aún en época colonial

Puedo hablar desde la experiencia de haber vivido parte de mi vida en un país del tercer mundo, aunque no he pasado hambre, pero tampoco era rico. Me consideraba afortunado en un país desgraciado. Sin embargo, he visto personas viviendo alrededor de basureros, recogiendo comida allí, tenía amigos que vivían muy miserablemente, en chabolas con techos de zinc, en barrios marginales. También en mis años de infancia fui testigo de la ayuda recibida de algunas ONGs, sobre todo cuando un terremoto asoló el país donde vivía. Allí fui testigo de una curiosa situación que tal vez ilustre lo que suele pasar a nivel general, en aquella ocasión, hablo del año 1976, en la escuela pública donde estudiaba recibimos ayuda humanitaria, ropa, comida, caramelos, galletas, y otras cosas que nunca vimos. Los niños apenas supimos del paradero de los caramelos, una o dos veces nos dieron a probar. Después se nos dijo que se acabaron, sin embargo nos dieron durante varios meses las galletas blanquecinas, supuestamente saladas, con un tono ligeramente agrio y algo bicarbonatado, que no se me olvidará. Recuerdo haber visto las latas en las que venían, eran grandes, con una fecha puesta en la tapa: 1965. 
Para ser sincero, yo fui de los pocos que me comía responsablemente aquellas galletas y además tomaba de una especie de avena con agua al que llamaban “atol”, que repartían durante el recreo. Lo más rico, según me enteré, se lo quedaban los maestros e iba a parar a sus familias y amigos. A mí no me importaba, pues guardo buen recuerdo de aquel atol. Si hubo otro tipo de alimentos o ayudas, nunca llegaron a la población necesitada, se fue quedando en las altas esferas. Y es algo que lamentablemente se repite con mucha regularidad, por eso desde hace algunos años, son los propios voluntarios de las ONGs quienes se encargan de repartir las cosas básicas, aunque no siempre es posible. A día de hoy, mucha de la ropa que se manda desde el primer mundo a los países pobres a través de las ONG, es la que después se vende en mercados y tiendas en las ciudades de los países receptores, lo mismo sucede con los alimentos y otras ayudas. Algunos podrían decir que eso no es del todo malo, pues genera un comercio y mueve el dinero que circula entre los pobres. 


 En cualquier caso, la ayuda humanitaria que de buena gana se da a las organizaciones “sin ánimo de lucro”, llega a los necesitados diluida en dosis tan pequeña que nunca llega a ser suficiente. Ni porque los estados ricos destinen el 0.7% de los impuestos, ni porque se hagan grandes campañas de recogida de dinero, la pobreza y el hambre siguen siendo plagas que nunca cesan. Y no quisiéramos pensar que las ONGs actúen como las farmaceúticas, que producen la medicina para crear clientilismo y ganar dinero y no para erradicar las enfermedades, sería terriblemente insultante afirmar eso, pero lo que sí está claro es que a algunos elementos del sistema, parece que sí interesa que haya pobres y desgraciados, pues son muchos los que viven a costa del dinero que reciben las ONGs y otros tantos que los tienen como sus clientes preferentes. Se estima que actualmente hay aproximadamente 10 millones de ONGs en el mundo, solo en EEUU, hay 1,4 millones que emplean a 11,4 millones de personas y en el mundo se registran aproximadamente 68 nuevas cada día, y mueven tanto dinero, que se dice que si se juntasen a todas las organizaciones de ayuda y se formara un país, sería la quinta economía más grande del mundo. El aumento vertiginoso de tantas organizaciones no gubernamentales, sin ánimo de lucro, nos hace pensar que si debe haber algo de lucrativo en este negocio.

Por último, el sistema comercial que convierte todo bien, en material por el que comerciar. Recientemente, Monsanto y Bayer se van a fusionar. Monsanto, inventor de los más peligrosos pesticidas, de las famosas bombas quimicas y gas mostaza, es ahora la multinacional más importante del secotr de las semillas, que intenta monopolizar y manipular las semillas de todo el mundo, esta ofrece semillas modificadas para que  produzcan cosecha más productivas y libres de defectos, pero cuyos frutos llevan semillas infértiles, asegurándose de que les vuelvan a comprar las semillas a ellos. El impacto que supondrá asociarse a Bayer es que si antes un 26% de las semillas provenían de Monsanto, ahora eso supondrá un 50% y el mercado africano y asiático se inundará de sus semillas. La indsutria al servicio del hambre, pues los países pobres, antes autosuficientes en semillas, ahora dependerán de las multinacionales.

Así que, bajo esta situación, seguro que seguiremos escuchando sobre hambrunas, pobreza, miserias, catástrofes humanitarias, que nos revuelven las entrañas, que hace que nos quejemos, que busquemos culpables, que culpemos a Dios, o que intentemos justificar lo injustificable y aliviemos nuestra conciencia, donando unos pocos euros o cambiando de canal para no afrontar la cruda y dura realidad de lo que la llamada aldea global es: un absoluto fracaso. 

                El fin del hambre, tendrá que llegar. Pero no lo hará mientras este sistema económico político y religioso mundial se mantenga en pie. Debe caer y que sus escombros sirvan para construir una nueva sociedad, sin la presión del dinero, ni del sistema financiero, ni de la industria armamentística, y por supuesto eliminando las barreras, las divisiones artificiales que nos separan, en esos mundos tan alejados. Un sistema humanitario, basado en una economía cooperativa y cuyo crecimiento se mida por el beneficio general y no por poder individual.  Para muchos es una utopía, pero yo siempre contesto: Lo es ahora, pero ¿lo será mañana?     

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