El Valle de las Vidas Perdidas








L.E.R 2007



Algunos parrafos :




Fue en el verano de 2005, cuando contaba con 26 años, junto con unos amigos, entre los que se encontraban Roberto, quien era además compañero de trabajo y mi más cercano confidente; luego estaba Giovanni y Renato, amigos de afición y colegas de un pequeño club de coleccionistas medievales al que pertenecíamos, era otra pasión que ocupaba gran parte de mi tiempo libre. Reconozco que mis aficiones no son desde luego nada comunes, pero aún así no me considero un friki, aunque a los ojos de la gente lo sea.

            Bien pues, aprovechando unas vacaciones en las que después de varios intentos fallidos, por fin coincidía con mis amigos, decidimos ir de visita al sur de Francia. Aunque siempre he tenido predilección por el norte de Italia, los Alpes, y Suiza, después del accidente he evitado dichos lugares. Por otro lado, la zona del sur francés y los Pirineos siempre han sido mi otra debilidad, sobre todo Carcassone con sus castillos y fortalezas, siempre había querido hacer la famosa “Ruta de los castillos cátaros”. 

            Había convencido a mis amigos para que vinieran con nosotros, Belina y otra amiga suya, Tania, compañera en la oficina, a lo cual algunos entusiasmados otros no tanto, accedieron. Pero por circunstancias laborales, a Belina, no pudieron concederle vacaciones para esa época, y su amiga al no venir ella, decidió no acompañarnos, lógico por otro lado.      
    
            -Mejor, -opinaba Renato- así no tenemos que arrastrar de ninguna carga. 
            Para él, misógino convencido, el que las chicas viniesen iba a quitarle la libertad y la agilidad a un viaje cuyo principal propósito era visitar castillos, buscar artilugios para coleccionistas de la época y revivir el espíritu del Medievo, no pasaríamos desde luego por muchas tiendas de suvenirs a comprar postales.

            A decir verdad, para ellas tampoco hubiera sido un viaje precisamente divertido, pues nosotros teníamos en común una afición que para los demás quizás les pareciera excéntrica o poco corriente. Solemos frecuentar una librería de nuestra localidad que además de libros antiguos, vende cómics y otros objetos de coleccionistas, esta es frecuentada por muchos “raros personajes” interesados en los temas más extraños y diversos. 

            En nuestro caso, pese a que trabajamos en actividades más tecnológicas y relacionados con las necesidades de nuestro tiempo, a los cuatro nos fascinaba la historia y sobre todo como ya he mencionado antes, el Medievo. Giovanni, quién trabaja en una empresa de seguridad y vigilancia, instalando sistemas avanzados de circuitos cerrados de televisión, tiene en su casa un verdadero arsenal, entre lanzas, sables, mazas, hasta alguna fusta.  

            Roberto, compañero de trabajo en la misma empresa que yo, especializado en robótica y autómatas programables, luce en su habitación una armadura metálica completa, se gastó los ahorros de varios años para adquirirla, además de coleccionar escudos de armas, y cabezas y otros restos de esqueletos, de las que desconocemos su procedencia. Según él, corresponden a famosos caballeros cruzados, aunque a decir verdad a mí siempre me parecieron huesos de perro. 

            Luego estaba Renato, al que llamamos el ecologista, trabaja en una empresa de reciclaje de materiales plásticos, papel, cristal y aparatos electrónicos, el es un tanto más místico y espiritual, como yo, pero en otra dirección, le interesaban mas los documentos y manuscritos de la época, sobre todo lo relacionado con las diferentes ordenes de caballeros, los templarios, los hospitalarios, merovingios y todo lo que tenga que ver con la defensa del catolicismo. 

            Por otro lado, al contrario que a Renato, a mí siempre me ha interesado de la edad media, las luchas con los movimientos disidentes de la época, los albigenses, los valdenses, petrobruscianos y los misteriosos cátaros, grupos que defendieron sus ideales en una época de fanatismo y escasa libertad de pensamiento. Es un tema que me apasiona, tengo decenas de libros relacionados con estos movimientos religiosos de entre el siglo IX al XIV. Claro, en mi familia no siempre me comprenden, pues tienen unas fuertes raíces católicas muy tradicionalistas.   

            -Te vas a volver loco con tantas historias medievales, solía decirme mi tío Casano, un buen hombre, sencillo, muy devoto en la tradición católica, y muy papista. A menudo discutíamos porque yo siempre sacaba a relucir las atrocidades cometidas por los papas católicos en la Edad Media, la Inquisición, la caza de brujas y la intromisión constante en la política. Son discusiones que nunca llevaban a ningún sitio, pues casi siempre  el terminaba diciendo: 
            -Hereje, te van a excomulgar. –me decía–
A lo que yo respondía:
            -Menos mal que no a quemar.

            Bien, pero volviendo a nuestro viaje, escogimos el sur de Francia, y sobre todo la ruta de los cátaros, por la cantidad de castillos y fortalezas históricas que ostenta, además porque aunque no tengo facilidades para los idiomas, sin embargo, siempre se me ha dado bien el francés, cosa que no me ha sucedido con el inglés, u otras lenguas, que mis tíos siempre han intentado que estudie. Así que gracias a mis conocimientos de la lengua gala, serví de guía a mis amigos en lo que tenía que ver con el idioma. No tuvimos muchas dificultades para movernos de un lugar a otro, pues habíamos visto imágenes, documentales, mapas de la zona y después de leernos decenas de guías turísticas, en realidad conocíamos los diferentes lugares casi como nuestra casa. Aparte de eso, nuestro coche iba equipado con un moderno GPS de gran pantalla, con los mapas actualizados de toda Europa, conectado al sistema de sonido del vehículo, de tal manera que cuando va a dar una instrucción baja el nivel de sonido de la música y procede a hablar. 

            En mi caso, soy un obsesionado de los datos, busqué información en Internet, sobre cada lugar que visitaríamos, guardaba la pagina de la web, la convertía en formato de lectura y la introducía en mi PDA,  ya que era más fácil llevar toda la información en un pequeño dispositivo a tener que cargar con decenas de guías y libros o papeles explicativos. 

            Por fin llegó el deseado momento, partimos raudos hacia nuestro destino, nos esperaba una tierra desconocida y a la vez conocida, tierra de aventuras y leyendas, estábamos cual niños que los llevan a un parque de atracciones. 


                 El punto clave de nuestro tour fue la ciudad medieval de Carcassona. Nada más llegar allí, tengo que reconocer que me embargó una especie de nostalgia mezclada con admiración por su historia y los sucesos que en aquel lugar se desarrollaron. La ciudadela de Carcassona, ubicada a la orilla del Río Aude, no dejaba de maravillarme, al parecer es la ciudad fortificada que mejor se conserva del mundo. Y no pongo en duda eso, porque al entrar en aquella hermosa villa medieval, llena de torres, llegué a contar hasta 26 y al contemplar sus dos murallas de más de 3 kilómetros de longitud, aquello fue para mí y mis amigos como retroceder al pasado de repente. Y tal como decía una guía turística que pude leer: “uno sentía que podía esperar en sus puertas que en cualquier momento cientos de caballeros se adentraran por el puente colgante con sus lanzas y armaduras”. La calle principal de la ciudad, es la Cross-Mayrevielle y esta conduce directamente al castillo llamado Comtal con una extraña forma de cuadrilátero. A todos nos pareció increíble el grado de conservación de sus muros, teniendo en cuenta que algunos tramos tenían más de mil años; desde luego, ya no hacen construcciones así hoy día.

            Después, al día siguiente fuimos al castillo de Queribus situado en el municipio de Cucugnan, en pleno Languedoc francés, en su día al parecer fue frontera entre los reinos de Francia y Aragón, refugio de los Cátaros y punto estratégico de defensa y control de la zona. Según cuenta la guía, sus orígenes se remontan al siglo XI. Está situado a unos 630 metros de altitud, en la misma sierra escoltada por el puerto conocido como el Grau de Maury, en el departamento de Aude, desde donde pudimos tener una sobrecogedora panorámica de las crestas montañosas, el mar y los Pirineos. Al llegar a la base del castillo, el camino a subir prometía dureza y no apto para cardiacos, pero una vez que empezamos a andar, a un ritmo lento pero sin pausas, en poco menos de 15 minutos ya estábamos arriba. Una vez llegado a la cima, vimos sus paredes ruinosas, sus restos de lo que algún día fue un enorme castillo, pero que poco quedaba de él, no obstante, no quedamos defraudados, porque lo mejor es la visión que se obtiene desde arriba.


            Desde Queribus, nos dirigimos al castillo que todos los expertos nos habían indicado como el más el más bello de todos, el Perypertuse. Aunque de él también queda poco, algunas bóvedas y unas cuantas murallas derruidas, pero teniendo en cuenta que su historia se remonta a antes del 1070, ya era bastante; se le menciona como el territorio que era dominio de los condes catalanes de Besalú y en 1240, tras el fracaso de los Cátaros, pasó a ser posesión francesa. 


            En realidad nos dimos cuenta que el gran Perypertuse, está dividido como en dos castillos, dos fortificaciones, unidas entre sí por unos restos de piedras y malezas. Algunos de los turistas, que bajaban mientras subíamos hasta allí comentaban lo deteriorado que estaba y que no valía la pena tanto esfuerzo para llegar hasta allí para ver unas piedras apiladas.       
                          
¡Que incultura y poca sensibilidad por la historia! –pensé al escucharles– pero por otro lado comprendí que realmente había que echarle mucha imaginación para ver en algunos restos, la monumental obra de la que hablaban las guías turísticas, por lo menos al entrar parece que no vamos a encontrar nada más que paredes derrumbadas. Pero lo que yo siempre pienso al ver estas antiguas construcciones es el gran esfuerzo requerido para en aquel peñasco construir una fortaleza como esa, sobre todo pensando en los medios técnicos de aquella época. Aunque también tuvo su mérito conquistarla y hacerla caer, ¿Cómo pudieron montar un campamento y armar las catapultas, en un terreno tan escarpado?  En fin, no pude evitar esconderme en mis pensamientos, sin siquiera entrar, cuando me di cuenta Roberto y los demás ya salían del castillo, mientras yo me encontraba quieto allí a la entrada, cual estatua de mármol, envuelto en mis historias, ensimismado en mis pensamientos. 

            Los acantilados que protegen el castillo son impresionantes. Parece como si sus murallas nacieran directamente del macizo de roca, y que sus paredes son las mismas rocas en forma de muralla. Ese día pasamos bastante frío, pues a esa altura corren muchas corrientes de aire, el viento azota fuertemente incluso en esta época primaveral del año. Aquel día tuvimos la primera experiencia con la lluvia francesa. Pero eso le dio un toque más mágico al lugar.   
      
            De regreso a la Cité, como se le suele llamar a Carcassone, nos desviamos por un camino alternativo, a Giovanni le encantaba meterse en esos jaleos, así que bajamos por una carretera espectacular. Las montañas, cual monjes reclinados hacia la carretera en señal de veneración, nos rodeaban hasta casi cubrirnos. La calzada era tan estrecha que se podía decir que era de un solo coche, y para colmo muchas personas caminaban por la carretera, de repente había mucha niebla. Cuando preguntamos a uno de los viandantes dónde estábamos, respondió con cierto acento español-catalán, fácil de entender para cualquier italiano, que nos encontrábamos en la garganta de Galamus, además nos preguntó cómo habíamos subido el coche hasta allí. 


No fue difícil entender el porqué de esa pregunta, de repente nos encontramos en un camino aún más estrecho y mal asfaltado, el Galamus era una enorme grieta que se mostraba a la derecha, mientras el techo del vehículo parecía que en cualquier momento rozaría las rocas de la montaña que se asomaban a la carretera. Por ello comprendimos la razón por la que había tantas personas andando y muchos dejaban los coches en ciertas salidas laterales de la estrecha carretera. Eso fue lo que hicimos en la siguiente salida, dejar el coche y ver aquello en directo, el terreno se abría ante nosotros con una espectacularidad dantesca, realmente valió la pena llegar hasta allí.

            Fue imposible seguir bajando en coche, así que en esa primera salida que encontramos dimos la vuelta y regresamos por el mismo camino, de repente empezó a llover de forma escandalosa. Tras una hora de angustiosa salida, más lentos que los caracoles que veíamos pegados a las piedras, llegamos de nuevo a la carretera que conducía a Carcassone. De pronto dejó de llover, cosa común en estos lares, y en esta época, llueve, sale el sol, luego la niebla.  


 En los momentos en los que se despejaba pudimos contemplar sus espectaculares vistas; desde allí pueden verse hacia el norte las montañas Negras, con sus densos bosques llenos de madera que según leímos previene del calor en verano, no sé para qué si allí el verano no creo que se note mucho;  luego a un costado se ven a lo lejos los Pirineos, todavía nevados en aquella época primaveral. Además, desde la parte alta se nos ofreció una vista del Río Aude y el cruce del Canal del mediodía, o Canal del Miègjorn, como se diría en occitano, el único canal que une el Mediterráneo con el Atlántico, además de ser navegable, según leímos aquel canal se había realizado por un tal Pierre-Paul Riquet, nada menos que en 1680, en menos de veinte años, todo un récord para aquellos tiempos, claro que se basó en obras iniciadas por los romanos y continuadas por Carlomango y otros gobernantes franceses que nunca pudieron terminar la monumental obra. 

            Tuve la suerte de viajar con amigos que como yo, les interesa la historia y sobre todo la de aquella dura época de oscurantismo medieval, así que cada vez que parábamos en algún sitio interesante, yo consultaba  una guía completa y la famosa Wikipedia, adaptada a mi PDA, que  siempre iba conmigo. Mis amigos la llaman agenda electrónica, yo prefiero como debe ser, PDA (personal device assistent), pues aunque según ellos es para almacenar direcciones, yo la utilizaba principalmente para leer libros digitalizados, gracias a que su pantalla retro-iluminada y con fondo blanco bien imitaban las hojas de los libros, y era posible leer en ella en plena oscuridad. Para mí, ávido lector, el poder llevar cientos de libros en un dispositivo tan minúsculo era una gran comodidad, aparte de la gran cantidad de papel que se ahorra con estos dispositivos. Roberto prefería esperar a que se desarrollara y perfeccionara el papel electrónico, más flexible, aunque también tenía su propio dispositivo lector, un ebook de los primeros modelos. 

            Tras varios días por aquellas tierras, viajamos a Ariége, un poco más al sur, donde se encuentran los restos de Montsegur, último feudo de los cátaros, la experiencia fue fascinante, era increíble haber sobrevivido encima de un gigantesco peñasco y haber construido semejante castillo. Eso, o era ganas de complicarse la vida, o espíritu de superación, ¿Instinto de supervivencia? No lo sé,  pero me parece increíble y extraordinario que perdure hasta ahora para contemplarlo. Algunos de estas construcciones las hacían con el fin de perdurar y superar a sus propias generaciones, igual que ahora, que con 50 años las casas están que se caen.


            Hasta ese día yo me encontraba extasiado por las maravillas que estaba descubriendo. Por mucho que haya leído en las guías, libros, en mi PDA, en Internet y las imágenes presentadas en las pelis y documentales que tuve la oportunidad de ver antes de mi viaje, jamás se puede comparar con la realidad vista por mis ojos, todos mis compañeros coincidíamos en esa apreciación. 

            Mi éxtasis sin embargo pronto se convertiría en obsesión, y no por observar algo más llamativo o bello de lo que había visto, todo era tal como lo esperaba. Más bien, fue por una experiencia extraña, algo que jamás había sentido, y en un lugar totalmente desconocido para mí, un sitio del que no habíamos oído hablar, un paraje que ni siquiera era zona de turismo, y que no entraba en nuestros planes. No era un lugar especialmente llamativo por algo en particular, de hecho era una simple aldea de montaña, pero de toda mi experiencia y visita en el país galo, fue el sitio que me dejaría marcado para el resto de mis días, de hecho podría decir que aquella visita cambiaría mi vida para siempre. 

            Aquello ocurrió el cuarto día de nuestro periplo en el Languedoc francés, decidimos hacer una excursión hacia Lastours en el macizo de la Montaña Negra. Queríamos revivir la lucha por la defensa de sus castillos por parte de albigenses y cátaros, frente al temible Simón de Monfort.   


Lastours está constituida por cuatro castillos: Quertinheux, Surdespine, Torre Régine y un poco más lejano Cabaret, posados en la cumbre de una cresta que domina el valle de más de 300 metros. Hay un mirador situado sobre la ladera opuesta que permite observar un panorama magnífico. Y un escarpado camino permite llegar hasta los castillos del bajo valle. 



La excursión prometía, bellas vistas, muchos castillos y un magnifico entorno. Pero debido a que se trataba de carreteras secundarias el camino sería largo, por ello dado que yo era el único que no conducía, decidí ir leyendo durante el camino, estaba entusiasmado por un libro electrónico que tenía en mi PDA.

            -¿Cómo puedes leer algo en esa pantalla tan pequeña? –preguntaba Roberto–
          -Sin problemas, tu pones el tamaño de letra que más cómoda te resulte y listo.
           -Pues yo prefiero el ebook, por lo menos es del tamaño de un libro, además tiene más brillo y contraste, se lee más natural, conozco uno que tiene un efecto de pasar páginas, como un libro de verdad.
          -¡Bobadas! Yo, donde esté el tacto de un libro y el olor a papel, que me quiten todos esos trastos, –interrumpe Renato, mientras de reojo me veía leyendo–
       -Pues tus viejos libros que coleccionas, solo huelen a moho, no es precisamente agradable olerlos. –responde Roberto–
            -Te diré una cosa, a este –señalando hacia mí– se le acaba la batería a su cacharro y se queda sin leer.
            -No importa, traigo un cargador de coche
            -¿Y si se te descarga en el campo o en una excursión?
            -Tengo el cargador solar
            -Si, claro, como aquí tenemos tanto sol, eso te servirá para la costa, pero aquí...

Apagando mi dispositivo lector, y respondiendo a Renato dije: 
            -¡Anda que si tuviese que llevar los 100 libros como los que ahora llevo mi en Palm! No cabríamos en el coche. Tienes que actualizarte Renato, que el papel se acaba, nos quedamos sin árboles, mira, lo mío es mas ecológico.
            -Además es el futuro Renato, tú en cambio, te anclas en el pasado –añadía Roberto–
         -Bastante llena de basura electrónica está la tierra, no sabéis bien la cantidad de cacharros de esos que pasan por la recicladora donde trabajo, y que apenas tienen nada aprovechable. El plástico se reaprovecha en envases nuevos, el vidrio en botellas, hasta las ruedas de coche en asfalto, pero de esos aparatos, juntamos toneladas de móviles y calculadoras de esas y apenas se saca un gramo de algo valioso o útil –afirmaba Renato, para añadir: 
             -Ah y de los libros sacamos mas papel, reutilizable.
            -De los tuyos solo papel higiénico ¿No? Porque no negarás que tus libros viejos para poco mas pueden servir. –respondía Roberto a fin de sacar de sus casillas a Renato–
            -Calla que para incultura, me basta y me sobra la de mis compañeros de la fábrica, que de Francia solo saben lo de la torre Eiffel y poco más. –replicaba Renato–

            Mientras discutíamos sobre mi PDA, ebooks, libros y reciclaje, Giovanni, quien conducía, decide emprender el camino por una pequeña carretera de comarca, pues las vistas según nos dijeron en el hotel eran magníficas por allí, así que seguimos la carretera que nos habían indicado dirección a un pueblo llamado Mazamet, al norte. No obstante, debíamos desviarnos a mitad de camino y tomar una pequeña carretera a la derecha hacia la pequeña ciudad de Saissac, pero por despiste de parte de Roberto quien olvidó el cargador de coche del GPS, este se apagó justamente en ese preciso momento. De esa manera nos quedamos sin poder saber cuál era el desvío hacia Saissac, ni cuanto quedaba para este, y era el único camino según nos dijeron que llevaba directamente a Lastours, nuestro destino. 

            Después de dar varias vueltas por carreteras minúsculas, que ni siquiera el incompleto mapa que llevábamos encontraba y ya sin saber donde estábamos, nos dirigimos por una carretera que en un momento quedó cubierta cual túnel por un denso bosque de hayas y coníferas, las copas de los arboles cerraban a nuestro alrededor la visión del cielo, era realmente misterioso y bello a la vez. Pero quisimos salirnos de esta, girando a la derecha, pensando en encontrarnos con alguna salida. Este camino, solo nos condujo a una pequeña aldea casi abandonada, llamada, según el cartel: “Les Martys”, en el valle de l´Orbiel. Por el reducido número de casas, no debía tener ni 50 habitantes. A decir verdad parecía un pueblo fantasma, ni siquiera aparecía en nuestro mapa. Pero dada la hora que era, decidimos comer allí, aunque no confiábamos encontrar ningún restaurante en aquel lugar, por suerte llevábamos bocadillos que conseguimos en una tienda antes de salir de Carcassone. A mí me pareció llamativo el pueblo, quizás hubiese alguna ermita o monasterio abandonado para ver. 

            Aparcamos el vehículo en lo que supongo, sería la calle principal del minúsculo pueblo, en realidad una pequeña aldea, en otros tiempos quizás más habitado, pero ahora claramente en estado de desahucio. Al bajar del coche, solo alcanzamos a ver un hombre mayor paseando con su perro, no menos viejo, a lo lejos. Con ello nos percatamos que la pequeña localidad si estaba habitada, mas no se escuchaba de niños ni perros ladrando, quizás el de aquel hombre mayor era el último que quedaba. 

            En cualquier caso decidimos echar un vistazo antes de partir y buscar un lugar para comer. Mas el sentimiento que me invadió al bajarme del vehículo, fue algo nunca experimentado por mi hasta aquel día. De repente sentí que todo aquello que se presentaba delante de mí, me era familiar. Y aunque la luz del sol, muy brillante y claro ese día, a diferencia de lo que era común en aquellas tierras, me impidió en un principio ver claramente los detalles del pueblo, me fui adentrando en una calle perpendicular a la que daba entrada, sin perder de vista donde aparcamos el coche. A la izquierda dejamos atrás un estrecho camino sin asfaltar que conducía a una casa con un establo donde descansaban un buen número de caballos. Pero a la derecha, tras un viejo muro del resto de una antigua vivienda ahora derruida, había una calle empedrada con adoquines que se adentraba en el pueblo.
 
            -Vamos por aquí. –insté a mis amigos– 
            -¿Por qué tenemos que ir por allí? –preguntaba extrañado Renato, el más reticente de los cuatro a detenernos en el minúsculo pueblo–. 
            -Es cierto, allí no hay nada especial –comentaba también Giovanni–.
            -Seguidme, esto me suena familiar –respondí, sin siquiera percatarme bien de lo que estaba diciendo–.     
            -Si claro, llevas tres días en Francia y ya conoces hasta el pueblo más minúsculo.                        
            -¡Pero Luigi si esto ni siquiera aparece en el mapa! –argumentaba de nuevo Renato–.
            -Por esa próxima calle a la derecha, creo que se va a una plaza que tiene un gran árbol en medio. –eso lo mencioné con la convicción del que sabe lo que dice
Roberto, adelantándose a los demás, llegó hasta la intercesión mencionada y se detuvo, quedándose asombrado mirando lo que tenía enfrente, no porque fuese espectacular, sino por mi acierto al indicar lo que allí se iba a encontrar. 

            -Pero Luigi. ¿Tú te has aprendido la guía de memoria o qué? ¿Para qué queremos tanto mapa, ni GPS, teniendo a este? –dijo en son de broma, pero a la vez de admiración por la exacta descripción que di del lugar, sin tan siquiera haberlo visto de lejos, siendo que la aldea apareció de pronto entre el denso bosque. 
Cuando todos los demás compañeros se acercaron, también quedaron perplejos y llenos de admiración.  

            -Si claro, ahora dinos a ver ¿Qué más hay en esa plaza? –Preguntó Giovanni con cierto tono escéptico, mientras yo aún no me había adentrado a la plaza–
            -Creo que hay una tienda de comestibles con cajas de frutas. Y una estatua grande al lado del árbol –apunté de nuevo–.
Efectivamente, al llegar a la pequeña plaza, a la derecha, había una pequeña y abandonada tienda que aún se podía leer D'outre-mer, o “Ultramarinos”. Y sorprendentemente también estaba la estatua metálica enfrente de la tienda y al lado del árbol.
            -Os lo aseguro, no sé cuándo ni por qué, pero yo he estado aquí antes.

            Aquello solo sucedió en ese lugar del minúsculo pueblo, pero al acercarme a la plaza, por la calle que llegaba hasta allí, también observé un gran portal de un viejo edificio de piedra que me atrajo tal fijación, que se me pusieron los bellos de punta. Me venía a la mente un vago recuerdo, sí, me veía entrando en el edificio y subiendo por una escalera, con azulejos de colores llamativos. No pude comprobar si eso estaba allí o no, porque el portón estaba cerrado con un candado, es posible que allí ya no viviera nadie, pues el edificio se veía en estado de abandono y ruina. Mientras caminaba por la plaza, la lluvia de recuerdos no paraba de atormentarme, como si de pronto se me abriera una parte de la memoria que tuviese escondida o encerrada en lo más recóndito de mi cerebro y explotara sacando a la luz momentos y situaciones asombrosamente claras en mi mente. Recuerdos de muchedumbres, de personas muy altas, saludando y sonriendo y el rostro de una mujer que me acompañaba, pero que no logré asociar con ninguna persona conocida. Además de imágenes, me venían a la mente sonidos como de música, personas dirigiendo sus miradas hacia mí y hablándome a mí, pero sin lograr entender lo que me decían. También me vino a la mente una gran casa de madera, pero no logramos encontrarla en la pequeña villa. 

            Todos estábamos extrañados por la experiencia. ¡Jamás había salido de Italia en mi vida! Apenas había salido de la Toscana, solo aquella ocasión del accidente donde perdí a mis padres. 

            Sin poder olvidar la curiosa experiencia, abordamos a un habitante del pueblo para preguntar por algún sitio para comer, y este nos dirigió a una venta a la salida del pueblo además muy amablemente nos dijo que cerca de allí había una especie de garganta montañosa en cuyo centro habia una caída de agua de las nieves fundidas muy bonita de ver. Conversamos un poco sobre el pueblo y su historia, el hombre nos contó que él había escuchado de su abuelo que el nombre “Les Martys”, era en honor a un grupo de cristianos que fueron quemados vivos hace muchos siglos.  Tengo que reconocer que vinieron a mi mente imaginaciones sobre ese suceso, pero lo atribuí a la cantidad de veces que leí sobre las hogueras de gente en la inquisición. Aquel sencillo hombre, no pudo concretar qué clase de cristianos fueron torturados allí, pues según contaba era una leyenda del pueblo.

            Haciendo caso a aquel amable hombre nos dirigimos hacia ese valle del que nos habló buscando la garganta. En un momento dado vimos un pequeño letrero que indicaba el camino, decidimos por mayoría, solo con la oposición de Renato, bajarnos del auto y seguir por un sendero andando hasta el lugar. Al ir por el camino un tanto lejos del pueblo que ya no lográbamos ver por lo escarpado del lugar, encontramos una casa de madera y de nuevo me embargó la extraña sensación, mientras mis amigos comentaban la curiosa casa y seguían por el camino comentando lo que significaría para cada uno de ellos vivir aquí, con tanta paz y naturaleza, yo sentía la curiosidad por entrar en la casa, algo me decía que yo había estado allí. Subí por la pequeña escalera que conducía a la puerta y toqué. En poco tiempo me abrió un señor que me preguntó rápidamente si era alguien interesado en comprar la casa. 


            -No –le dije– solo quería verla.  
            -Esto no es un museo, para que usted la vea, sino es porque esté interesado en comprarla –me respondió el hombre, ofendido por mi petición–.
La curiosidad por entrar era superior a mi timidez ante aquel antipático señor de unos 60 años, parece que vivía con su mujer, de unos 50, con aspecto más de sueca que de francesa, con unas gruesas gafas, y que no hacía más que mirarme de arriba abajo, como tratando de estudiar si era o no de fiar.
            -Bueno, tal vez sí esté interesado por comprar. 
            -Entonces, adelante, pase…
Alcancé a ver a mis amigos de lejos haciendo señas, como queriendo decir qué clase de locura estaba cometiendo.
El hombre, que de repente se había tornado un poco menos brusco y más amable, me ofreció un café. 
            -No gracias, es que tengo que comer pronto y no suelo tomar café antes.
      -¿Quiere comer algo? –dijo la mujer, aunque sin mucho interés, como esperando un no de mi parte–
            -No, gracias tengo a unos amigos afuera que me esperan para comer juntos, muy amable señora.  
Según me iban enseñando la casa, yo iba reviviendo momentos muy borrosos y lejanos, pero como si ya la conociera, casi todo me era familiar. Al salir, tomé nota del precio,  su nombre Marcel Larroux y su teléfono en el bloc de notas de mi PDA, simulando cierto interés para llamarle si me convenía la oferta. Y me despedí de ellos, no sin antes preguntarle al señor de la casa, cómo podía ir al valle y el salto de agua del que habló el otro hombre del pueblo. 
            -Siga por ese camino, va directo allí.
            -Adiós, gracias Bon Homme. 
      Esto último lo dije, sin percatarme de que le había usado una expresión occitana utilizada por los antiguos cátaros y relacionada con los que habían recibido el llamado Consolamentum, o ritual de iniciación. El hombre extrañado por tal expresión, se echó a reír. Culpa de todo lo tenía el libro que iba leyendo por el camino. La expresión de extrañeza de aquel hombre y su reacción por el término utilizado hacia él, fue lo que hizo darme cuenta que no era eso lo que quería decir.
          Bien, después de esa anécdota, nos pusimos rumbo a disfrutar de las vistas, según iba transcurría el tiempo, decidimos dejar para el siguiente día la excursión a Lastours, en realidad, ya ninguno de los cuatro opuso resistencia a seguir por el camino que andábamos, el paraje era realmente de increíble belleza, se respiraba aire puro. Todo el camino por donde iba me parecía familiar, conocido, pero ya no me atrevía a decir nada de ello a mis amigos, para no seguir incordiando con mi "déjàvú".

            Seguimos la senda, tras dejar una densa arboleda, llegamos a un paraje de sobresaliente y exuberante vegetación, el camino casi se cerraba y se escondía entre el verdor, y la humedad hacía que la temperatura, pese a ser Mayo, pareciera Febrero. Entonces fue cuando llegamos a una explanada amplia. Se colmaron todas nuestras expectativas al ver lo más bello que habían visto nuestros ojos en cuanto a naturaleza, una montaña que acababa abruptamente y dejaba un amplio hueco, al otro lado una inmensa grieta en el terreno, hacía que el agua cayera desbordada en una fina pero impresionante caída de agua, que convertía aquel paraje en un paraíso a la vista. 




            -Deberíamos comer aquí ¿No os parece? -reclamó Roberto-. 
Todos mis amigos estaban extasiados del lugar y no paraban de hacer fotos de un lado y de otro. Yo en cambio sabía que esto también lo había visto antes y el sonido del agua caer me hacia abrir los ojos cual infante que ve por primera vez algo grande y llamativo.  

            Después de un buen tiempo, quizás dos o tres horas, realmente ninguno deseábamos abandonar aquel tranquilo y relajante lugar, decidimos que era hora de regresar, pues se acercaban nubes amenazadoras en el horizonte, y siendo Francia, ya sabíamos lo que eso podía significar.

            Por fin, al día siguiente tomamos de nuevo carretera camino a Lastours y esta vez si llegamos al destino, todo lo que esperábamos en cuanto a majestuosidad y belleza lo tenía aquel lugar y no nos decepcionó. Pero ya no era lo mismo, por lo menos para mí. El recuerdo de la experiencia del día anterior me había dejado bloqueado, como si algo de mí se había perdido allí, no dejaba de pensar en aquella plaza, la gente pasar de un lado y otro, la casa de madera, gente muy alta y sonriente todo el tiempo. Quién me iba a decir a mi, que esta experiencia cambiaría por completo mi vida.





Este fragmento forma parte de un relato contenido en el libro: Relatos Trascen-Mentales. Se puede obtener completo en formato digital en Amazon Y en papel en la Librería OnLine Bubok

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonita historia