El final del Trabajo



En 1996 el sociólogo y economista Jeremy Rifkin escribió un libro titulado "El fin del trabajo" un ensayo en el que pronosticó que en pocas décadas el sistema no podría ofrecer más puestos de trabajo como hasta ahora, no solo porque la robótica y las nuevas tecnologías sustituyeran la mano de obra humana, que ya lo hacen en gran medida, si no porque las empresas necesitan reducir sueldos y plantillas si quieren ser competitivas y subir su productividad. Otro catedrático economista, el profesor Santiago Niño Becerra también vaticina la desaparición inexorable y paulatina de la necesidad del trabajador y del mundo laboral tal como lo conocemos en su último libro: "Historia del capitalismo 1679-2065".  
Por alguna razón, la evolución del sistema basado en el capital, según explica Santiago Niño Becerra en su libro "Capitalismo" que acabo de terminar de leer, siempre busca el crecimiento, y a toda costa necesita crecer, competir, superar al adversario, sin importarle que en el camino queden personas tiradas como perdedores, eso el capitalismo recalcitrante lo considera efectos residuales. El sistema empresarial ha forzado a los estados a aplicar una globalización que los haga seguir creciendo, pero para que este crecimiento se de, todas las empresas se han empeñado en llevarlo a cabo reduciendo costes en su producción. Al principio fue la movilización de las cadenas de fabricación hacia países donde la mano de obra barata les producía más beneficios, pero como ya no se pueden reducir más los sueldos, el siguiente paso les lleva a reducir plantillas, oficinas y puestos intermedios. 

Hasta la banca está abocada a crecer a costa de unificaciones, fusiones, que siempre conllevan reducción de plantillas. Todas las grandes empresas en todos los sectores han reducido gastos en base a reducción de personal. 

En los últimos años, sobre todo desde la última crisis este rumbo se ha acentuado y se van cumpliendo las predicciones de Rifkin. Ahora mismo, la demanda de empleo sobrepasa la oferta en todos los países del mundo. El empleo se hace cada vez más puntual, en muchos países se contratan a personas por tramos de horas, en función de la necesidad, con lo cual, nos encontramos con que millones de personas trabajan en los llamados minijobs, con jornadas recortadas y sueldos diminutos. Así que, con mucha suerte a algunos jóvenes se considerarán afortunados de poder cumplir a la vez con dos o hasta tres minijobs para poder alcanzar un sueldo modesto, pero suficiente para los gastos de casa y comida. 


La situación para mayores de 45 años no es mejor, pues quedarse en paro en determinadas edades significa no poder recuperar su vida anterior nunca más y llegar a la jubilación con ayudas gubernamentales y empobrecido.  Podemos afirmar que estamos inmersos en una caída paulatina de la necesidad de empleados en las empresas, pues sencillamente para crecer o sobrevivir como marca se hace casi obligatorio contratar menos, y de hecho todas las organizaciones empresariales, además de las agencias consultoras de la banca y los bancos centrales, no hacen más que aconsejar abaratar el despido. 

Y no parece que vaya a mejorar la situación, pues por mucho que los políticos en campaña prometan pleno empleo, o incluso bajar el desempleo en un porcentaje similar al de antes del 2010 saben que es imposible, es una utopía. Los mismos estados han adelgazado el número de funcionarios fijos, con el fin de mantener el déficit público. Solo en los ricos y poco poblados países nórdicos el número de empleados públicos supera el 20%, en los demás apenas es el 10%. Aunque es posible que como parche se intente aumentar el número de funcionarios, pero será algo irrisorio.

Tampoco vale que se diga que las nuevas tecnologías y la aplicación de medidas e inversiones en materia ecológica, aliviarán el panorama. Se les llena la boca a los políticos diciendo que el cambio a tecnologías mas ecológicas creará nuevos puestos de trabajo y aun siendo cierto que los creará, pero no serán suficientes para paliar la demanda, pues toda empresa buscará economizar en gastos, en reducir los costes para poder ser competitivos y eso de nuevo conlleva reducir plantillas. Además, como la economía actual se basa en el consumo y si se quiere evitar un cambio climático es vital reducir ese consumismo atroz y despilfarrador, pero abandonar la filosofía del usar y tirar va contra la propia economía de consumo. 


No es la solución bajar los precios de las cosas, pues eso es lo que se ha estado haciendo en los últimos años, a costa de bajar sueldos y automatizar la fabricación con cada vez más sofisticadas máquinas. Antaño para fabricar un solo vehículo, en una fábrica de automoción se requería la intervención directa de al menos diez operarios, actualmente con tres o cuatro es suficiente. Y en otros artículos la necesidad de operarios o trabajadores es aún menor. Y según avance la tecnología y se implante la Inteligencia Artificial en la construcción y diseño de maquinaria, se conseguirá que máquinas construyan otras máquinas casi sin la intervención humana. El hombre quedará  para pulsar el botón de puesta en macha. 


       La obsesión por controlar la inflación por parte de los gobiernos está relacionada con evitar la subida de salarios y pensiones, pero está llevando a la ruina a muchos empresarios del campo, pues en gran medida los alimentos tienen un peso importante en la inflación, por ello el trabajo en el campo acabará por automatizarse para reducir costes y mantener controlados los precios. ¿Y eso que significará? Reducción paulatina de mano de obra. 


En definitiva, todo lleva a lo mismo, a una desaparición inexorable de la mano de obra y del trabajo humanos. A los gobiernos tan solo les quedará aplicar medidas como la Renta básica universal o Ingreso mínimo vital, antes o después. Al mismo tiempo o incluso antes de esto llegará la desaparición del dinero físico para un mayor control de este por parte de los estados, y que redundará en un pequeño repunte económico por la afloración masiva de dinero negro y de la economía sumergida, pero estas cosas serán los últimos parches para un sistema acabado y agotado.

Algunos auguran que tras la época de pandemia surgirán unos años de crecimiento económico y de alegría, libertad, frivolidad y deshinibición absoluta entre la juventud, una especie de locos años veinte del siglo XXI, donde desaparecerán los ideales políticos y sobre todo los religiosos, respetando solo a la ciencia y obsesionados solo con los avances tecnológicos. 

Pero en verdad todo será una ilusión, un engaño, la realidad será un control mayor de la población, menos libertad de elección de estilo de vida, de movimiento, casi absoluto control de sus finanzas, al pasar al uso exclusivo de moneda electrónica, mayor dependencia de ayudas gubernamentales para sobrevivir (RBU, IMV) y la idea de propiedad e individualidad se diluirá, le seguirá la inevitable desaparición de pymes y pequeño comercio en pro de modelos corporativos de franquicias que convertirán a los propietarios en meros gerentes o encargados a comisión. El empobrecimiento y sometimiento de la ciudadanía en pro de una mayor implantación de la IA.

La globalización e implantación del modelo de productividad frente al trabajo ha llevando a la práctica desaparición de la clase media y esto continuará. Pero menos trabajo, significará menos dinero, menos ganancias en la población, menos consumo. Menos consumo, ralentización de la producción, lo que lleva a más pérdidas de empleo y más reducción de sueldos, y esto de nuevo llevará a menos dinero en la población, menos consumo…. Y así en un paulatino pero inevitable caracol hacia abajo. 
  
Como decía en marzo del 2020 Gideon Lichfield, director del MIT: “Aceptémoslo: el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca” 

No quiero acabar este artículo con ese pesimista pensamiento, aunque la realidad es que vivimos el fin de un ciclo, posiblemente pronto ocurran cosas más estremecedoras en el mundo y se tomen decisiones duras y dolorosas en los próximos años, pero todo esto será como el inicio de los dolores de parto. El mayor cambio de paradigma en el mundo está por llegar y como sabemos, después de todo dolor de parto, por duro que fuese, viene lo mejor y ese mundo mejor seguro que llegará. 

¿En qué debe consistir ese mundo mejor? Nada que ver con lo que un economista como Niño Becerra o un ideólogo del sistema, como Jeremy Rifkn puedan pensar o prever, debe ser muy distinto al mundo dominado por FMI o las grandes corporaciones. 

Un mundo mejor sería uno donde el valor de una persona no esté por debajo del valor de los productos que este produce. Por ejemplo, si por fin las máquinas se encargan de los trabajos más duros, básicos y rutinarios, sería para que el hombre pudiera dedicarse a la investigación, a la inventiva, al arte y al ingenio. Que el trabajo deje de ser una carga impositiva y se convierta en un bien de libre elección para el progreso personal y el crecimiento de quien lo realice y para favorecer a la comunidad que nos acoge.  
 
Que no dependa el bienestar de la población en la riqueza artificial o virtual, que los objetos e invenciones sean bienes compartidos para el beneficio de todos los ciudadanos y el cuidado del medio ambiente tenga más valor que la productividad económica y se convierta en el principal valor del crecimiento. Que el conocimiento alcance a todos los estamentos de la sociedad y la educación sea un bien vital para la convivencia y riqueza de los pueblos. En definitiva, que la humanidad consiga encontrar su verdadero camino.

¿Cuándo vendrá esto? Para asentar un cambio de ciclo se requiere una ruptura radical, pero muchos años de adaptación. Por ejemplo, desde la caída del imperio romano y del cambio total del paradigma imperante, el grecorromano, sucedieron dos cosas: la caída del imperio romano, que fue relativamente rápida.  Pero para llegar al siguiente nivel, la civilización europea y asiática, pasaron por una época de adaptación, la edad media. Mil años de aparente estancamiento y oscurantismo que desembocó en el renacimiento y la edad moderna. 

Sí, tendrá que pasar algo parecido, un cambio drástico, una caída repentina del sistema actual, después un tiempo para adecuar al mundo a ese nuevo sistema de cosas, que lo conviertan en un nuevo mundo, superior al anterior y en el que se olviden los sufrimientos, lamentos y carencias y se dejen atrás las cosas del pasado. 


Use discernimiento el lector.


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