L.E.R 2007
Algunos parrafos :
Fue
en el verano de 2005, cuando contaba con 26 años, junto con unos amigos, entre
los que se encontraban Roberto, quien era además compañero de trabajo y mi más
cercano confidente; luego estaba Giovanni y Renato, amigos de afición y colegas
de un pequeño club de coleccionistas medievales al que pertenecíamos, era otra
pasión que ocupaba gran parte de mi tiempo libre. Reconozco que mis aficiones
no son desde luego nada comunes, pero aún así no me considero un friki, aunque
a los ojos de la gente lo sea.
Bien pues, aprovechando unas
vacaciones en las que después de varios intentos fallidos, por fin coincidía
con mis amigos, decidimos ir de visita al sur de Francia. Aunque siempre he
tenido predilección por el norte de Italia, los Alpes, y Suiza, después del
accidente he evitado dichos lugares. Por otro lado, la zona del sur francés y
los Pirineos siempre han sido mi otra debilidad, sobre todo Carcassone con sus castillos y
fortalezas, siempre había querido hacer la famosa “Ruta de los castillos cátaros”.
Había convencido a mis amigos para
que vinieran con nosotros, Belina y otra amiga suya, Tania, compañera en la
oficina, a lo cual algunos entusiasmados otros no tanto, accedieron. Pero por
circunstancias laborales, a Belina, no pudieron concederle vacaciones para esa
época, y su amiga al no venir ella, decidió no acompañarnos, lógico por otro
lado.
-Mejor, -opinaba Renato- así no
tenemos que arrastrar de ninguna carga.
Para él, misógino convencido, el que
las chicas viniesen iba a quitarle la libertad y la agilidad a un viaje cuyo
principal propósito era visitar castillos, buscar artilugios para
coleccionistas de la época y revivir el espíritu del Medievo, no pasaríamos
desde luego por muchas tiendas de suvenirs a comprar postales.
A decir verdad, para ellas tampoco
hubiera sido un viaje precisamente divertido, pues nosotros teníamos en común
una afición que para los demás quizás les pareciera excéntrica o poco
corriente. Solemos frecuentar una librería de nuestra localidad que además de
libros antiguos, vende cómics y otros objetos de coleccionistas, esta es
frecuentada por muchos “raros personajes” interesados en los temas más extraños
y diversos.
En nuestro caso, pese a que
trabajamos en actividades más tecnológicas y relacionados con las necesidades
de nuestro tiempo, a los cuatro nos fascinaba la historia y sobre todo como ya
he mencionado antes, el Medievo. Giovanni, quién trabaja en una empresa de
seguridad y vigilancia, instalando sistemas avanzados de circuitos cerrados de
televisión, tiene en su casa un verdadero arsenal, entre lanzas, sables, mazas,
hasta alguna fusta.
Roberto, compañero de trabajo en la
misma empresa que yo, especializado en robótica y autómatas programables, luce
en su habitación una armadura metálica completa, se gastó los ahorros de varios
años para adquirirla, además de coleccionar escudos de armas, y cabezas y otros
restos de esqueletos, de las que desconocemos su procedencia. Según él,
corresponden a famosos caballeros cruzados, aunque a decir verdad a mí siempre
me parecieron huesos de perro.
Luego estaba Renato, al que llamamos
el ecologista, trabaja en una empresa de reciclaje de materiales plásticos, papel,
cristal y aparatos electrónicos, el es un tanto más místico y espiritual, como
yo, pero en otra dirección, le interesaban mas los documentos y manuscritos de
la época, sobre todo lo relacionado con las diferentes ordenes de caballeros,
los templarios, los hospitalarios, merovingios y todo lo que tenga que ver con
la defensa del catolicismo.
Por otro lado, al contrario que a
Renato, a mí siempre me ha interesado de la edad media, las luchas con los
movimientos disidentes de la época, los albigenses, los valdenses,
petrobruscianos y los misteriosos cátaros, grupos que defendieron sus ideales
en una época de fanatismo y escasa libertad de pensamiento. Es un tema que me
apasiona, tengo decenas de libros relacionados con estos movimientos religiosos
de entre el siglo IX al XIV. Claro, en mi familia no siempre me comprenden,
pues tienen unas fuertes raíces católicas muy tradicionalistas.
-Te
vas a volver loco con tantas historias medievales, solía decirme mi tío Casano,
un buen hombre, sencillo, muy devoto en la tradición católica, y muy papista. A
menudo discutíamos porque yo siempre sacaba a relucir las atrocidades cometidas
por los papas católicos en la Edad Media, la Inquisición, la caza de brujas y
la intromisión constante en la política. Son discusiones que nunca llevaban a
ningún sitio, pues casi siempre el
terminaba diciendo:
-Hereje, te van a excomulgar. –me decía–
A lo
que yo respondía:
-Menos mal que no a quemar.
Bien, pero volviendo a nuestro
viaje, escogimos el sur de Francia, y sobre todo la ruta de los cátaros, por la
cantidad de castillos y fortalezas históricas que ostenta, además porque aunque
no tengo facilidades para los idiomas, sin embargo, siempre se me ha dado bien
el francés, cosa que no me ha sucedido con el inglés, u otras lenguas, que mis
tíos siempre han intentado que estudie. Así que gracias a mis conocimientos de
la lengua gala, serví de guía a mis amigos en lo que tenía que ver con el
idioma. No tuvimos muchas dificultades para movernos de un lugar a otro, pues
habíamos visto imágenes, documentales, mapas de la zona y después de leernos
decenas de guías turísticas, en realidad conocíamos los diferentes lugares casi
como nuestra casa. Aparte de eso, nuestro coche iba equipado con un moderno GPS
de gran pantalla, con los mapas actualizados de toda Europa, conectado al
sistema de sonido del vehículo, de tal manera que cuando va a dar una
instrucción baja el nivel de sonido de la música y procede a hablar.
En mi caso, soy un obsesionado de
los datos, busqué información en Internet, sobre cada lugar que visitaríamos,
guardaba la pagina de la web, la convertía en formato de lectura y la
introducía en mi PDA, ya que era más
fácil llevar toda la información en un pequeño dispositivo a tener que cargar
con decenas de guías y libros o papeles explicativos.
Por fin llegó el deseado momento,
partimos raudos hacia nuestro destino, nos esperaba una tierra desconocida y a la
vez conocida, tierra de aventuras y leyendas, estábamos cual niños que los
llevan a un parque de atracciones.

Después, al día siguiente fuimos al
castillo de Queribus situado en el municipio de Cucugnan, en pleno Languedoc
francés, en su día al parecer fue frontera entre los reinos de Francia y
Aragón, refugio de los Cátaros y punto estratégico de defensa y control de la
zona. Según cuenta la guía, sus orígenes se remontan al siglo XI. Está situado
a unos 630 metros de altitud, en la misma sierra escoltada por el puerto
conocido como el Grau de Maury, en el departamento de Aude, desde donde pudimos
tener una sobrecogedora panorámica de las crestas montañosas, el mar y los
Pirineos. Al llegar a la base del castillo, el camino a subir prometía dureza y
no apto para cardiacos, pero una vez que empezamos a andar, a un ritmo lento
pero sin pausas, en poco menos de 15 minutos ya estábamos arriba. Una vez
llegado a la cima, vimos sus paredes ruinosas, sus restos de lo que algún día
fue un enorme castillo, pero que poco quedaba de él, no obstante, no quedamos
defraudados, porque lo mejor es la visión que se obtiene desde arriba.
Desde Queribus, nos dirigimos al
castillo que todos los expertos nos habían indicado como el más el más bello de
todos, el Perypertuse. Aunque de él también queda poco, algunas bóvedas y unas
cuantas murallas derruidas, pero teniendo en cuenta que su historia se remonta
a antes del 1070, ya era bastante; se le menciona como el territorio que era
dominio de los condes catalanes de Besalú y en 1240, tras el fracaso de los
Cátaros, pasó a ser posesión francesa.
En realidad nos dimos cuenta que el
gran Perypertuse, está dividido como en dos castillos, dos fortificaciones,
unidas entre sí por unos restos de piedras y malezas. Algunos de los turistas,
que bajaban mientras subíamos hasta allí comentaban lo deteriorado que estaba y
que no valía la pena tanto esfuerzo para llegar hasta allí para ver unas
piedras apiladas.
¡Que
incultura y poca sensibilidad por la historia! –pensé al escucharles– pero por
otro lado comprendí que realmente había que echarle mucha imaginación para ver
en algunos restos, la monumental obra de la que hablaban las guías turísticas,
por lo menos al entrar parece que no vamos a encontrar nada más que paredes
derrumbadas. Pero lo que yo siempre pienso al ver estas antiguas construcciones
es el gran esfuerzo requerido para en aquel peñasco construir una fortaleza
como esa, sobre todo pensando en los medios técnicos de aquella época. Aunque
también tuvo su mérito conquistarla y hacerla caer, ¿Cómo pudieron montar un
campamento y armar las catapultas, en un terreno tan escarpado? En fin, no pude evitar esconderme en mis
pensamientos, sin siquiera entrar, cuando me di cuenta Roberto y los demás ya
salían del castillo, mientras yo me encontraba quieto allí a la entrada, cual
estatua de mármol, envuelto en mis historias, ensimismado en mis pensamientos.
Los acantilados que protegen el
castillo son impresionantes. Parece como si sus murallas nacieran directamente
del macizo de roca, y que sus paredes son las mismas rocas en forma de muralla.
Ese día pasamos bastante frío, pues a esa altura corren muchas corrientes de
aire, el viento azota fuertemente incluso en esta época primaveral del año.
Aquel día tuvimos la primera experiencia con la lluvia francesa. Pero eso le
dio un toque más mágico al lugar.
De regreso a la Cité, como se le
suele llamar a Carcassone, nos desviamos por un camino alternativo, a Giovanni
le encantaba meterse en esos jaleos, así que bajamos por una carretera espectacular.
Las montañas, cual monjes reclinados hacia la carretera en señal de veneración,
nos rodeaban hasta casi cubrirnos. La calzada era tan estrecha que se podía
decir que era de un solo coche, y para colmo muchas personas caminaban por la
carretera, de repente había mucha niebla. Cuando preguntamos a uno de los
viandantes dónde estábamos, respondió con cierto acento español-catalán, fácil
de entender para cualquier italiano, que nos encontrábamos en la garganta de
Galamus, además nos preguntó cómo habíamos subido el coche hasta allí.
No fue
difícil entender el porqué de esa pregunta, de repente nos encontramos en un
camino aún más estrecho y mal asfaltado, el Galamus era una enorme grieta que
se mostraba a la derecha, mientras el techo del vehículo parecía que en
cualquier momento rozaría las rocas de la montaña que se asomaban a la
carretera. Por ello comprendimos la razón por la que había tantas personas
andando y muchos dejaban los coches en ciertas salidas laterales de la estrecha
carretera. Eso fue lo que hicimos en la siguiente salida, dejar el coche y ver
aquello en directo, el terreno se abría ante nosotros con una espectacularidad
dantesca, realmente valió la pena llegar hasta allí.
Fue imposible seguir bajando en
coche, así que en esa primera salida que encontramos dimos la vuelta y
regresamos por el mismo camino, de repente empezó a llover de forma
escandalosa. Tras una hora de angustiosa salida, más lentos que los caracoles
que veíamos pegados a las piedras, llegamos de nuevo a la carretera que
conducía a Carcassone. De pronto dejó de llover, cosa común en estos lares, y en
esta época, llueve, sale el sol, luego la niebla.
En los momentos en los que se despejaba
pudimos contemplar sus espectaculares vistas; desde allí pueden verse hacia el
norte las montañas Negras, con sus densos bosques llenos de madera que según
leímos previene del calor en verano, no sé para qué si allí el verano no creo
que se note mucho; luego a un costado se
ven a lo lejos los Pirineos, todavía nevados en aquella época primaveral.
Además, desde la parte alta se nos ofreció una vista del Río Aude y el cruce
del Canal del mediodía, o Canal del Miègjorn, como se diría en occitano, el
único canal que une el Mediterráneo con el Atlántico, además de ser navegable,
según leímos aquel canal se había realizado por un tal Pierre-Paul Riquet, nada
menos que en 1680, en menos de veinte años, todo un récord para aquellos
tiempos, claro que se basó en obras iniciadas por los romanos y continuadas por
Carlomango y otros gobernantes franceses que nunca pudieron terminar la
monumental obra.
Tuve la suerte de viajar con amigos
que como yo, les interesa la historia y sobre todo la de aquella dura época de
oscurantismo medieval, así que cada vez que parábamos en algún sitio
interesante, yo consultaba una guía
completa y la famosa Wikipedia, adaptada a mi PDA, que siempre iba conmigo. Mis amigos la llaman
agenda electrónica, yo prefiero como debe ser, PDA (personal device assistent),
pues aunque según ellos es para almacenar direcciones, yo la utilizaba
principalmente para leer libros digitalizados, gracias a que su pantalla
retro-iluminada y con fondo blanco bien imitaban las hojas de los libros, y era
posible leer en ella en plena oscuridad. Para mí, ávido lector, el poder llevar
cientos de libros en un dispositivo tan minúsculo era una gran comodidad,
aparte de la gran cantidad de papel que se ahorra con estos dispositivos. Roberto prefería esperar a que se
desarrollara y perfeccionara el papel electrónico, más flexible, aunque también
tenía su propio dispositivo lector, un ebook de los primeros modelos.
Tras varios días por aquellas
tierras, viajamos a Ariége, un poco más al sur, donde se encuentran los restos
de Montsegur, último feudo de los cátaros, la experiencia fue fascinante, era
increíble haber sobrevivido encima de un gigantesco peñasco y haber construido
semejante castillo. Eso, o era ganas de complicarse la vida, o espíritu de
superación, ¿Instinto de supervivencia? No lo sé, pero me parece increíble y extraordinario que
perdure hasta ahora para contemplarlo. Algunos de estas construcciones las
hacían con el fin de perdurar y superar a sus propias generaciones, igual que
ahora, que con 50 años las casas están que se caen.
Hasta ese día yo me encontraba
extasiado por las maravillas que estaba descubriendo. Por mucho que haya
leído en las guías, libros, en mi PDA, en Internet y las imágenes presentadas
en las pelis y documentales que tuve la oportunidad de ver antes de mi viaje,
jamás se puede comparar con la realidad vista por mis ojos, todos mis
compañeros coincidíamos en esa apreciación.
Mi éxtasis sin embargo pronto se
convertiría en obsesión, y no por observar algo más llamativo o bello de lo que
había visto, todo era tal como lo esperaba. Más bien, fue por una experiencia
extraña, algo que jamás había sentido, y
en un lugar totalmente desconocido para mí,
un sitio del que no habíamos oído hablar, un paraje que ni siquiera era
zona de turismo, y que no entraba en nuestros planes. No era un lugar
especialmente llamativo por algo en particular, de hecho era una simple aldea
de montaña, pero de toda mi experiencia y visita en el país galo, fue el sitio
que me dejaría marcado para el resto de mis días, de hecho podría decir que
aquella visita cambiaría mi vida para siempre.
Aquello ocurrió el cuarto día de
nuestro periplo en el Languedoc francés, decidimos hacer una excursión hacia
Lastours en el macizo de la Montaña Negra. Queríamos revivir la lucha por la
defensa de sus castillos por parte de albigenses y cátaros, frente al temible
Simón de Monfort.
Lastours está constituida por cuatro castillos: Quertinheux, Surdespine, Torre Régine y un poco más lejano Cabaret, posados en la cumbre de una cresta que domina el valle de más de 300 metros. Hay un mirador situado sobre la ladera opuesta que permite observar un panorama magnífico. Y un escarpado camino permite llegar hasta los castillos del bajo valle.
La excursión prometía, bellas vistas, muchos castillos y un magnifico entorno. Pero debido a que se trataba de carreteras secundarias el camino sería largo, por ello dado que yo era el único que no conducía, decidí ir leyendo durante el camino, estaba entusiasmado por un libro electrónico que tenía en mi PDA.
-¿Cómo puedes leer algo en esa
pantalla tan pequeña? –preguntaba Roberto–
-Sin problemas, tu pones el tamaño
de letra que más cómoda te resulte y listo.
-Pues yo prefiero el ebook, por lo
menos es del tamaño de un libro, además tiene más brillo y contraste, se lee
más natural, conozco uno que tiene un efecto de pasar páginas, como un libro de
verdad.
-¡Bobadas! Yo, donde esté el tacto de
un libro y el olor a papel, que me quiten todos esos trastos, –interrumpe
Renato, mientras de reojo me veía leyendo–
-Pues tus viejos libros que
coleccionas, solo huelen a moho, no es precisamente agradable olerlos.
–responde Roberto–
-Te diré una cosa, a este –señalando
hacia mí– se le acaba la batería a su cacharro y se queda sin leer.
-No importa, traigo un cargador de
coche
-¿Y si se te descarga en el campo o
en una excursión?
-Tengo el cargador solar
-Si, claro, como aquí tenemos tanto
sol, eso te servirá para la costa, pero aquí...
Apagando
mi dispositivo lector, y respondiendo a Renato dije:
-¡Anda que si tuviese que llevar los
100 libros como los que ahora llevo mi en Palm! No cabríamos en el coche.
Tienes que actualizarte Renato, que el papel se acaba, nos quedamos sin
árboles, mira, lo mío es mas ecológico.
-Además es el futuro Renato, tú en
cambio, te anclas en el pasado –añadía Roberto–
-Bastante llena de basura
electrónica está la tierra, no sabéis bien la cantidad de cacharros de esos que
pasan por la recicladora donde trabajo, y que apenas tienen nada aprovechable.
El plástico se reaprovecha en envases nuevos, el vidrio en botellas, hasta las
ruedas de coche en asfalto, pero de esos aparatos, juntamos toneladas de
móviles y calculadoras de esas y apenas se saca un gramo de algo valioso o útil
–afirmaba Renato, para añadir:
-Ah
y de los libros sacamos mas papel, reutilizable.
-De los tuyos solo papel higiénico
¿No? Porque no negarás que tus libros viejos para poco mas pueden servir. –respondía
Roberto a fin de sacar de sus casillas a Renato–
-Calla que para incultura, me basta
y me sobra la de mis compañeros de la fábrica, que de Francia solo saben lo de
la torre Eiffel y poco más. –replicaba Renato–
Mientras discutíamos sobre mi PDA,
ebooks, libros y reciclaje, Giovanni, quien conducía, decide emprender el
camino por una pequeña carretera de comarca, pues las vistas según nos dijeron
en el hotel eran magníficas por allí, así que seguimos la carretera que nos
habían indicado dirección a un pueblo llamado Mazamet, al norte. No obstante,
debíamos desviarnos a mitad de camino y tomar una pequeña carretera a la
derecha hacia la pequeña ciudad de Saissac, pero por despiste de parte de
Roberto quien olvidó el cargador de coche del GPS, este se apagó justamente en
ese preciso momento. De esa manera nos quedamos sin poder saber cuál era el
desvío hacia Saissac, ni cuanto quedaba para este, y era el único camino según
nos dijeron que llevaba directamente a Lastours, nuestro destino.
Después de dar varias vueltas por
carreteras minúsculas, que ni siquiera el incompleto mapa que llevábamos
encontraba y ya sin saber donde estábamos, nos dirigimos por una carretera que
en un momento quedó cubierta cual túnel por un denso bosque de hayas y
coníferas, las copas de los arboles cerraban a nuestro alrededor la visión del
cielo, era realmente misterioso y bello a la vez. Pero quisimos salirnos de
esta, girando a la derecha, pensando en encontrarnos con alguna salida. Este
camino, solo nos condujo a una pequeña aldea casi abandonada, llamada, según el
cartel: “Les Martys”, en el valle de l´Orbiel. Por el reducido número de casas,
no debía tener ni 50 habitantes. A decir verdad parecía un pueblo fantasma, ni
siquiera aparecía en nuestro mapa. Pero dada la hora que era, decidimos comer
allí, aunque no confiábamos encontrar ningún restaurante en aquel lugar, por
suerte llevábamos bocadillos que conseguimos en una tienda antes de salir de
Carcassone. A mí me pareció llamativo el pueblo, quizás hubiese alguna ermita o
monasterio abandonado para ver.
Aparcamos el vehículo en lo que
supongo, sería la calle principal del minúsculo pueblo, en realidad una pequeña
aldea, en otros tiempos quizás más habitado, pero ahora claramente en estado de
desahucio. Al bajar del coche, solo alcanzamos a ver un hombre mayor paseando
con su perro, no menos viejo, a lo lejos. Con ello nos percatamos que la
pequeña localidad si estaba habitada, mas no se escuchaba de niños ni perros
ladrando, quizás el de aquel hombre mayor era el último que quedaba.

-Vamos por aquí. –insté a mis
amigos–
-¿Por qué tenemos que ir por allí? –preguntaba
extrañado Renato, el más reticente de los cuatro a detenernos en el minúsculo
pueblo–.
-Es cierto, allí no hay nada
especial –comentaba también Giovanni–.
-Seguidme, esto me suena familiar –respondí,
sin siquiera percatarme bien de lo que estaba diciendo–.
-Si claro, llevas tres días en
Francia y ya conoces hasta el pueblo más minúsculo.
-¡Pero Luigi si esto ni siquiera
aparece en el mapa! –argumentaba de nuevo Renato–.
-Por esa próxima calle a la derecha,
creo que se va a una plaza que tiene un gran árbol en medio. –eso lo mencioné
con la convicción del que sabe lo que dice–
Roberto,
adelantándose a los demás, llegó hasta la intercesión mencionada y se detuvo,
quedándose asombrado mirando lo que tenía enfrente, no porque fuese
espectacular, sino por mi acierto al indicar lo que allí se iba a encontrar.
-Pero Luigi. ¿Tú te has aprendido la
guía de memoria o qué? ¿Para qué queremos tanto mapa, ni GPS, teniendo a este?
–dijo en son de broma, pero a la vez de admiración por la exacta descripción
que di del lugar, sin tan siquiera haberlo visto de lejos, siendo que la aldea apareció
de pronto entre el denso bosque.
Cuando
todos los demás compañeros se acercaron, también quedaron perplejos y llenos de
admiración.
-Si claro, ahora dinos a ver ¿Qué
más hay en esa plaza? –Preguntó Giovanni con cierto tono escéptico, mientras yo
aún no me había adentrado a la plaza–
-Creo que hay una tienda de
comestibles con cajas de frutas. Y una estatua grande al lado del árbol –apunté
de nuevo–.
Efectivamente,
al llegar a la pequeña plaza, a la derecha, había una pequeña y abandonada
tienda que aún se podía leer D'outre-mer, o “Ultramarinos”. Y sorprendentemente
también estaba la estatua metálica enfrente de la tienda y al lado del árbol.
-Os lo aseguro, no sé cuándo ni por qué,
pero yo he estado aquí antes.
Aquello solo sucedió en ese lugar
del minúsculo pueblo, pero al acercarme a la plaza, por la calle que llegaba
hasta allí, también observé un gran portal de un viejo edificio de piedra que
me atrajo tal fijación, que se me pusieron los bellos de punta. Me venía a la
mente un vago recuerdo, sí, me veía entrando en el edificio y subiendo por una
escalera, con azulejos de colores llamativos. No pude comprobar si eso estaba
allí o no, porque el portón estaba cerrado con un candado, es posible que allí
ya no viviera nadie, pues el edificio se veía en estado de abandono y ruina.
Mientras caminaba por la plaza, la lluvia de recuerdos no paraba de
atormentarme, como si de pronto se me abriera una parte de la memoria que
tuviese escondida o encerrada en lo más recóndito de mi cerebro y explotara
sacando a la luz momentos y situaciones asombrosamente claras en mi mente. Recuerdos
de muchedumbres, de personas muy altas, saludando y sonriendo y el rostro de
una mujer que me acompañaba, pero que no logré asociar con ninguna persona
conocida. Además de imágenes, me venían a la mente sonidos como de música,
personas dirigiendo sus miradas hacia mí y hablándome a mí, pero sin lograr
entender lo que me decían. También me vino a la mente una gran casa de madera,
pero no logramos encontrarla en la pequeña villa.
Todos estábamos extrañados por la
experiencia. ¡Jamás había salido de Italia en mi vida! Apenas había salido de
la Toscana, solo aquella ocasión del accidente donde perdí a mis padres.
Sin poder olvidar la curiosa
experiencia, abordamos a un habitante del pueblo para preguntar por algún sitio
para comer, y este nos dirigió a una venta a la salida del pueblo además muy
amablemente nos dijo que cerca de allí había una especie de garganta montañosa
en cuyo centro habia una caída de agua de las nieves fundidas muy bonita de ver. Conversamos un poco
sobre el pueblo y su historia, el hombre nos contó que él había escuchado de su
abuelo que el nombre “Les Martys”, era en honor a un grupo de cristianos que
fueron quemados vivos hace muchos siglos.
Tengo que reconocer que vinieron a mi mente imaginaciones sobre ese suceso,
pero lo atribuí a la cantidad de veces que leí sobre las hogueras de gente en
la inquisición. Aquel sencillo hombre, no pudo concretar qué clase de
cristianos fueron torturados allí, pues según contaba era una leyenda del
pueblo.
Haciendo caso a aquel amable hombre
nos dirigimos hacia ese valle del que nos habló buscando la garganta. En un
momento dado vimos un pequeño letrero que indicaba el camino, decidimos por
mayoría, solo con la oposición de Renato, bajarnos del auto y seguir por un
sendero andando hasta el lugar. Al ir por el camino un tanto lejos del pueblo
que ya no lográbamos ver por lo escarpado del lugar, encontramos una casa de
madera y de nuevo me embargó la extraña sensación, mientras mis amigos comentaban la
curiosa casa y seguían por el camino comentando lo que significaría para cada uno
de ellos vivir aquí, con tanta paz y naturaleza, yo sentía la curiosidad por
entrar en la casa, algo me decía que yo había estado allí. Subí por la pequeña
escalera que conducía a la puerta y toqué. En poco tiempo me abrió un señor que
me preguntó rápidamente si era alguien interesado en comprar la casa.
-No –le dije– solo quería
verla.
-Esto
no es un museo, para que usted la vea, sino es porque esté interesado en
comprarla –me respondió el hombre, ofendido por mi petición–.
La
curiosidad por entrar era superior a mi timidez ante aquel antipático señor de
unos 60 años, parece que vivía con su mujer, de unos 50, con aspecto más de
sueca que de francesa, con unas gruesas gafas, y que no hacía más que mirarme
de arriba abajo, como tratando de estudiar si era o no de fiar.
-Bueno,
tal vez sí esté interesado por comprar.
-Entonces,
adelante, pase…
Alcancé
a ver a mis amigos de lejos haciendo señas, como queriendo decir qué clase de
locura estaba cometiendo.
El
hombre, que de repente se había tornado un poco menos brusco y más amable, me
ofreció un café.
-No
gracias, es que tengo que comer pronto y no suelo tomar café antes.
-¿Quiere
comer algo? –dijo la mujer, aunque sin mucho interés, como esperando un no de mi
parte–
-No, gracias tengo a unos amigos
afuera que me esperan para comer juntos, muy amable señora.
Según
me iban enseñando la casa, yo iba reviviendo momentos muy borrosos y lejanos,
pero como si ya la conociera, casi todo me era familiar. Al salir, tomé nota
del precio, su nombre Marcel Larroux y
su teléfono en el bloc de notas de mi PDA, simulando cierto interés para
llamarle si me convenía la oferta. Y me despedí de ellos, no sin antes preguntarle
al señor de la casa, cómo podía ir al valle y el salto de agua del que habló el
otro hombre del pueblo.
-Siga
por ese camino, va directo allí.
-Adiós,
gracias Bon Homme.
Esto
último lo dije, sin percatarme de que le había usado una expresión occitana
utilizada por los antiguos cátaros y relacionada con los que habían recibido el
llamado Consolamentum, o ritual de iniciación. El hombre extrañado por tal
expresión, se echó a reír. Culpa de todo lo tenía el libro que iba leyendo por
el camino. La expresión de extrañeza de aquel hombre y su reacción por el
término utilizado hacia él, fue lo que hizo darme cuenta que no era eso lo que
quería decir.
Bien, después de esa anécdota, nos
pusimos rumbo a disfrutar de las vistas, según iba transcurría el tiempo,
decidimos dejar para el siguiente día la excursión a Lastours, en realidad, ya
ninguno de los cuatro opuso resistencia a seguir por el camino que andábamos,
el paraje era realmente de increíble belleza, se respiraba aire puro. Todo el
camino por donde iba me parecía familiar, conocido, pero ya no me atrevía a
decir nada de ello a mis amigos, para no seguir incordiando con mi "déjàvú".
Seguimos la senda, tras dejar una
densa arboleda, llegamos a un paraje de sobresaliente y exuberante vegetación,
el camino casi se cerraba y se escondía entre el verdor, y la humedad
hacía que la temperatura, pese a ser
Mayo, pareciera Febrero. Entonces fue cuando llegamos a una explanada amplia.
Se colmaron todas nuestras expectativas al ver lo más bello que habían visto
nuestros ojos en cuanto a naturaleza, una montaña que acababa abruptamente y dejaba
un amplio hueco, al otro lado una inmensa grieta en el terreno, hacía que el
agua cayera desbordada en una fina pero impresionante caída de agua, que
convertía aquel paraje en un paraíso a la vista.
-Deberíamos
comer aquí ¿No os parece? -reclamó Roberto-.
Todos
mis amigos estaban extasiados del lugar y no paraban de hacer fotos de un lado
y de otro. Yo en cambio sabía que esto
también lo había visto antes y el sonido del agua caer me hacia abrir los ojos
cual infante que ve por primera vez algo grande y llamativo.
Después de un buen tiempo, quizás
dos o tres horas, realmente ninguno deseábamos abandonar aquel tranquilo y
relajante lugar, decidimos que era hora de regresar, pues se acercaban nubes
amenazadoras en el horizonte, y siendo Francia, ya sabíamos lo que eso podía
significar.
Por fin, al día siguiente tomamos de
nuevo carretera camino a Lastours y esta vez si llegamos al destino, todo lo
que esperábamos en cuanto a majestuosidad y belleza lo tenía aquel lugar y no
nos decepcionó. Pero ya no era lo mismo, por lo menos para mí. El recuerdo de
la experiencia del día anterior me había dejado bloqueado, como si algo de mí
se había perdido allí, no dejaba de pensar en aquella plaza, la gente pasar de
un lado y otro, la casa de madera, gente muy alta y sonriente todo el tiempo. Quién me iba a decir a mi, que esta experiencia cambiaría por completo mi vida.
Este fragmento forma parte de un relato contenido en el libro: Relatos Trascen-Mentales. Se puede obtener completo en formato digital en Amazon Y en papel en la Librería OnLine Bubok
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