Mi seca mano desea con ansia sostener el
último cuenco de ese preciado líquido que sostiene mi vida, apenas contiene un sorbo
que daré y entonces diré adiós a todo. A partir de ese trago final, mi lengua
se refrescará por última vez, y sé que será un frescor insuficiente que se
gastará en mis últimas segregaciones de saliva vital y posiblemente en el escaso
sudor que mi organismo no podrá ya retener, pues el calor y la sequedad de este
lugar, hará de las suyas. Presiento que mi garganta apenas sentirá alivio, pues
llevo días en los que he ido moderando hasta el mínimo la ingesta del valioso
líquido, tomando dosis de agua insuficientes para engañar, que no calmar a esta
maldita sed que no me deja. He estado preservando el último sorbo hasta el día
de hoy, siete con este, desde que el pozo, que hasta ahora me mantenía con vida
se secó por completo y extraje un cubo lleno de barro del que estrujé hasta
llenar este cuenco.
¡Qué ingenuidad la mía! Pensaba que dilatando la
duración de esta agua podría prolongar mi existencia, pero solo he conseguido
alargar la agonía que se yergue sobre mí y anuncia segundo a segundo que mi
vida se va a apagar. Mi cuerpo se está secando, me cuesta respirar, mis labios
parecen sellados y pegados con la mezcla endurecida del añejo salivado y el
polvo desértico, y apenas me quedan fuerzas para separarlos. Mi boca está tan
pastosa como si la hubiesen llenado de arena seca del Sáhara o de cualquier
polvoriento desierto, y mis desecados ojos apenas pueden ver más allá del
cuenco que tengo delante. Mis pensamientos son confusos, como si mi cerebro estuviera
siendo estrujado, apenas puede pensar y se está agotando. Mis riñones ya no
filtran nada, desde hace tres días no sé lo que es orinar. Mi piel está
quebradiza de la sequedad, apenas puedo moverme, pues tampoco he ingerido
alimento, salvo las últimas hierbas y matorrales secos de hace algunos días,
pues todo alrededor está yelmo y árido, inhabitable en toda su extensión.
Fue decisión mía quedarme aquí, la
pertinaz sequía que ya dura diez años, ha dejado todo el territorio a cien
leguas a la redonda, muerto, abandonado, convertido en un desierto desolado.
¡Cuánto añoro aquellos años cuando esto era un vergel! Los ríos caudalosos
bañaban la región e inundaban los campos en invierno, era el granero del país,
los pastos alimentaban a grandes ganaderías y los bosques, hoy desaparecidos brindaban
un hermoso color a los valles y producían madera de calidad en abundancia. Ahora
todo lo que queda de aquello son tan solo algunos pocos rastrojos secos que
apenas pueden resistir la invasión del polvo ocre que los va cubriendo, como ha
hecho con la ciudad, como está haciendo con mi casa y conmigo, todo cuanto
contiene esta región, incluyéndome a mí, tiene el mismo monótono color del
desierto.
Me negué a abandonar mi tierra, siempre he sido
un luchador, mi sabiduría, dada por la experiencia de llevar toda mi vida por
estos lares, me decía que llevábamos pasando periodos regulares de sequía,
seguidos de épocas de buenas lluvias y abundantes cosechas, pero subestimé la
fuerza de esta seca invasión, nunca pensé que mi tierra, llena de verdes valles
y majestuosos bosques pudiera acabar así. Quise ser el último, viendo como cada
año los pocos y tozudos campesinos amigos míos se rendían ante la evidencia de
que esta tierra ya no se recuperaría y se iban marchando, los que no se fueron
muriendo. Y ahora solo quedo yo, mi perro Fluck, mi fiel compañero me dejó hace
ya más de un año, el hambre y la enfermedad pudieron con él. Resistí mientras
pude sacar agua de mi pozo, incluso volviendo a las cuerdas y al cubo, cuando
la ciudad se quedó sin electricidad al ser declarada zona inhabitable. Con la
poca agua que con gran esfuerzo fui sacando de aquel pozo regaba mi huerto, di
de beber a mis pocas cabras que me fui comiendo hasta que se acabaron cuando
dejaron de parir, recuerdo que de las últimas tan solo raspé sus huesos, apenas
sin carne.
Pero no desistí, por mucho que algunos vinieron
con buenas intenciones a sacarme de aquí, invitándome a dejar esto, yo me
negaba a abandonar lo que había sido mi vida, la tierra que me vio nacer, es
verdad que ya nada tenía que ver con aquellas tierras bañadas por sus
caudalosos ríos. ¡Cuántas veces me bañé de pequeño en sus aguas! ¡Y cuando
acompañaba a mi padre a pescar en sus tranquilas corrientes! Todo eso es cosa
del pasado y ha muerto de sed, como yo lo haré también.
Ahora procederé a beber este último trago, será
tan solemne como el final de una trágica obra, la ceremonia de mi paso al lugar
de los muertos, adonde me encamino ineludiblemente. No era la manera como
hubiese deseado acabar, pero no encuentro otra, y pensar que beber un poco de
agua significa vivificar este cuerpo ya no me alivia, pues se que va a ser
insuficiente y después ya no habrá más, solo sequedad y más sequedad, hasta que
mi cuerpo deshidratado consuma la última gota y mis órganos dejen de trabajar
para siempre. Aquí me voy a quedar, disecado, pues creo que ni los gusanos
encuentren algo que devorar, mis vísceras están resecas como las paredes de
esta casa y como esas voy a permanecer el resto del tiempo, hasta que alguien me
encuentre, es posible que me llegue a convertir en pieza de museo, como
demostración del último habitante de la zona, o como imagen ilustrativa de la
tozudez humana.
Pero ¿qué me pasa? ¡No tengo fuerzas para agarrar
el cuenco! Las ordenes que mi cerebro manda a mi brazo para que se alargue y
haga que la mano tome cuidadosamente el recipiente y lo lleve a mi boca no
parecen llegar. Me pesa tanto el brazo, es como si un gran peso recayera sobre
este y me impidiera moverlo y son tan pocas mis fuerzas que apenas puedo
hacerle frente a esto. Sigo viendo el cuenco, cada vez más lejos, pero quieto,
esperando ser alzado y su contenido, ante la expectativa de ser vertido en mi
reseca boca. Pero nada parece indicar que esto vaya a suceder, pues la
inmovilidad de mis extremidades imposibilita tal labor, la desesperación
alcanza límites insospechados, pero mi mente es incapaz de diseñar una
estrategia alternativa para hacerse con preciado botín. Apenas logro abrir la
boca y moverla, como ese pez, sacado de su entorno que intenta no ahogarse y
abre y cierra la boca buscando su líquido vital. Hago un último esfuerzo, pero
nada, apenas logro desplazar un centímetro mi brazo y mi mano con gran esfuerzo
intenta abrirse a la vez, tomando la forma del recipiente para atraparlo con
los huesudos dedos que calculo que tampoco tendrán fuerza suficiente para
mantenerlo y posiblemente derramen en el suelo el preciado líquido.
Creo que no voy a llegar a tomarlo y lamento no
haberme bebido antes aquello, al menos hubiese muerto feliz y satisfecho con un
sorbo más grande el día anterior. Ahora solo me queda dormir y esperar el
final, viendo que el cuenco se va alejando de mi vista y despidiéndose, como
único testigo mudo de mi agonía, incapaz de darme una mínima esperanza de
prolongar un minuto más las funciones vitales de mi organismo. Los últimos
milímetros de agua se consumen en mi cerebro, suplicando que un milagro permita
que mi mano se alargue, implorando que llegue alguien y me salve en el último
momento, que me zarandee y me incorpore para reavivarme, lo necesito, no puedo
gritar por auxilio, pero lo deseo, necesito el agua, ¡Agua por favor! ¡Agua!
¡Agua!
-¡Nene, despierta! ¡Despierta! Que es muy tarde,
que ya mismo vienen Silvia y Juan a recogernos.
-Eh ¿Qué sucede? Tengo sed ¡Mucha sed!
-¿Tú también te has despertado con sed? ¡Es la
última vez que cenamos pizza! ¡No veas que mal me sentó! He tenido que
levantarme dos veces a beber agua.
-Eso necesito yo, agua. Agua, por favor, necesito
agua.
-Venga, pues vente a la cocina entonces, que te
tengo preparado un zumito fresquito, y el café. ¡Pero vamos! ¡No te quedes allí
como un pasmarote! ¡Espabila que estos están por llegar! Ya sabes lo pesado que
se pone Juan con lo de llegar tarde.
-Vale cariño ya voy. Por cierto ¿Para qué vienen
Juan y Silvia?
-¡Cómo que para qué vienen! Pues no recuerdas que
hoy es domingo, habíamos quedado para ir con ellos de excursión.
-De excursión ¿hoy?
-Pero ¿a ti qué te pasa? ¡Pues claro! ¿No
recuerdas que teníamos planeado esto hace días? Por cierto tengo que llenar las
cantimploras.
-Agua, si hay que llevar agua, mucha agua. ¡No quiero
morir de sed!
-Pero chiquillo, tampoco es para tanto, que vamos
sólo por un día.
-Ya. Por cierto ¿a dónde vamos de excursión? Es
que no lo recuerdo.
-Desde luego, estás fatal de la cabeza, tanto
leer libros que has dejado de estar en el mundo. ¿A dónde crees que vamos?
-¿A pescar?
-¡A Pescar! Pues mira, lo hubiera preferido, al
menos no pasaríamos tanto calor. Pero
chico, estás peor de lo que pensaba ¿Pues a dónde vamos a ir? A Almería, a Tabernas ¿no lo
recuerdas? ¿No tenías tantas ganas de visitar el desierto?
-¡Oh no! ...¡Al desierto!
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