“El año del hambre”; “el año de las cuatro
hambrunas”; “La peor crisis humanitaria de los últimos 70 años”; “Más de 20 millones de personas al borde de
la hambruna” ;“La ayuda humanitaria no acabará con el hambre”.
Estos son algunos titulares que he tenido
oportunidad de leer recientemente en prensa escrita o en medios de internet.
Son noticias reales, no antiguas, no hablan de los tiempos de las postguerras
mundiales de los años veinte o cuarenta. Todos estos titulares apuntan a este
año 2017, no a otro, lamentablemente es una realidad, espeluznante y cruel,
pero cierta. Curiosamente, como tantas hambrunas, estas que se esperan no son
causadas por la escasez en las cosechas, por sequía, u otras catástrofes
llamadas naturales, sencillamente se deben a ese cabalgar de dos jinetes, la
guerra y el hambre que siempre corren uno detrás del otro. Curiosamente los
expertos avisan que se avecinan estas hambrunas, mientras el mundo continúa con
sus quehaceres y sus preocupaciones particulares, que nada tienen que ver con
esas guerras. Conflictos por otro lado innecesarios, por no decir totalmente
inexplicables.
Por ejemplo, uno de los cuatro focos de hambre se
encuentra justo al sur de una de las naciones más ricas del mundo, Arabia, la
tierra de los grandes jeques del petróleo. Estos tienen una especie de clavo en
la bota que les molesta, una especie de talón de Aquiles, un país pobre en
extremo, pero al que de manera inexplicable temen, como si fuera una terrible
potencia que les quiere avasallar.
Otra paradoja en el
tema del hambre es Sudán, país rico en petróleo y algodón, uno de los que apoya
a Arabia con soldados y armas en la guerra contra Yemen. La parte sur de ese
país africano se encuentra en situación crítica, desde que esa región en guerra
se escindió del norte, y que ahora se conoce como Sudán del sur, la situación
no se ha calmado. Sudan es además responsable de otro tristemente famoso
conflicto, el de Darfur, al oeste, en el que miles de personas mueren en
desplazamientos sin salida y en riesgo permanente de hambruna, al estar
atrapados en una tierra en caos, sin ayuda, en un genocidio encubierto.
Otro país en constante
conflicto es Somalia, y donde cada cierto tiempo se repite la historia, sequías
cosidas con los hilos de un conflicto que dura décadas y que no tiene visos de
detenerse, han sumido al cuerno de África en la región con más muertes por
hambre de todas las que se conocen.
Por último, resulta
paradójico que Nigeria, un país petrolero, minero, principal productor de
industrias petroquímicas de toda África, admirado por China, una de las
economías más potentes del continente africano esté en situación de hambre.
Pero es así, una extensa región dominada por los insurgentes fanáticos de Boko
Harum, están destruyendo las posibilidades de existencia de una gran parte de
la población del sureste, apoyados estos sectarios por sus vecinos del Chad y
por Al-qaeda, la milicia fanática suní.
En gran parte se puede
observar que los conflictos que están creando estas situaciones de hambruna,
son sociopolíticos-religiosos. Estas escaseces de alimento apenas tienen que
ver con situaciones naturales o climatológicas, pues en muchos casos se trata
de tierras fértiles, otras regiones de buena pesca, ganado, pastos, pero
bañados con la sangre del egoísmo y el odio. Para el ciudadano occidental son
conflictos lejanos, que apenas tienen repercusión en los telediarios, esos que ponen
a las horas en las que muchos nos atiborramos de comida conseguida en grandes
superficies donde encontramos estanterías repletas de alimentos, que en gran
parte de tiran antes de llegar a caducar.
Por otro lado vemos más Ongs, que
nunca en la historia, quizás conocemos a unas cuantas, (Cruz roja, Manos unidas, Médicos sin
fronteras, Unicef, Intermon-Oxfam, Anesvad, Intervida, Save the Children,
Acnur, etc), pero en realidad hay millones, solo en Reino unido hay 5.543 agrupaciones
de ONGs registradas y en cada país funcionan otras tantas, en algunos países
como España, es difícil saber a ciencia cierta cuántas hay registradas, aunque
se calculan unas 15,000. Y se sabe es que, tan solo en España se destina
aproximadamente unos 2,000 millones de euros anuales a las más importantes. Bien
es verdad que de las millones de Ongs que operan en el mundo, solo una décima
parte de estas se dedica a la ayuda a la pobreza, a paliar el hambre o las
consecuencias de las guerras, otras muchas se dedican a luchar a favor de
derechos, libertades, salud, educación, protección del medio ambiente,
protección animal, drogodependencia, igualdad sexual, etc.
Centrándonos en las que se dedican a países pobres
o en crisis humanitarias, algunos estudios indican que, una de cada cinco ONG
de las más importantes gastan solo la mitad de lo que reciben en ayudar para
los que lo necesitan. El otro 50% se gasta en publicidad, salarios,
infraestructuras y otros menesteres relacionados con el marketing y gastos
estructurales. Sería difícil calcular cuántos miles de millones de euros se
mueven en todas las ONGs, y más difícil es hacer una estimación cercana de
cuánto de ese dinero llega a donde debe llegar. Y con esto no pretendo
menospreciar, ni hacer una crítica destructiva al esfuerzo de cientos de miles
de voluntarios y la labor de estas organizaciones. Personalmente colaboro
mensualmente con una ONG para ayuda infantil, tengo familiares y amigos voluntarios
en países con necesidad y otro familiar trabaja en asuntos sociales a nivel
local. Pero reconozco que son muchos años escuchando las mismas cosas, las
mismas solicitudes de ayuda, y como cualquier persona que colabora, me pregunto
¿por qué las cosas siguen igual? Es verdad que la ayuda que uno pueda aportar
se reduce a unos pocos euros cada mes, pero sumados llegan a miles de millones
de euros a nivel mundial, sin embargo, la necesidad no cesa. Como decía uno de
los titulares antes citados, la ayuda humanitaria no acabará con el hambre este
año, como no lo ha hecho en los años pasados, y lamentablemente, ni el que
viene. Yo recuerdo muy bien anuncios de campañas contra el hambre de hace
veinte y treinta años, campañas que se repiten y que intentan concienciarnos,
enseñando por televisión escenas espantosas, impactantes.
Hambruna de pirncipios de siglo XX en África aún en época colonial
Puedo hablar desde la experiencia de haber vivido
parte de mi vida en un país del tercer mundo, aunque no he pasado hambre, pero
tampoco era rico. Me consideraba afortunado en un país desgraciado. Sin embargo,
he visto personas viviendo alrededor de basureros, recogiendo comida allí, tenía
amigos que vivían muy miserablemente, en chabolas con techos de zinc, en
barrios marginales. También en mis años de infancia fui testigo de la ayuda
recibida de algunas ONGs, sobre todo cuando un terremoto asoló el país donde
vivía. Allí fui testigo de una curiosa situación que tal vez ilustre lo que suele
pasar a nivel general, en aquella ocasión, hablo del año 1976, en la escuela
pública donde estudiaba recibimos ayuda humanitaria, ropa, comida, caramelos,
galletas, y otras cosas que nunca vimos. Los niños apenas supimos del paradero
de los caramelos, una o dos veces nos dieron a probar. Después se nos dijo que
se acabaron, sin embargo nos dieron durante varios meses las galletas
blanquecinas, supuestamente saladas, con un tono ligeramente agrio y algo
bicarbonatado, que no se me olvidará. Recuerdo haber visto las latas en las que
venían, eran grandes, con una fecha puesta en la tapa: 1965.
Para ser
sincero, yo fui de los pocos que me comía responsablemente aquellas galletas y además
tomaba de una especie de avena con agua al que llamaban “atol”, que repartían
durante el recreo. Lo más rico, según me enteré, se lo quedaban los maestros e
iba a parar a sus familias y amigos. A mí no me importaba, pues guardo buen
recuerdo de aquel atol. Si hubo otro tipo de alimentos o ayudas, nunca llegaron
a la población necesitada, se fue quedando en las altas esferas. Y es algo que
lamentablemente se repite con mucha regularidad, por eso desde hace algunos
años, son los propios voluntarios de las ONGs quienes se encargan de repartir
las cosas básicas, aunque no siempre es posible. A día de hoy, mucha de la ropa
que se manda desde el primer mundo a los países pobres a través de las ONG, es
la que después se vende en mercados y tiendas en las ciudades de los países
receptores, lo mismo sucede con los alimentos y otras ayudas. Algunos podrían
decir que eso no es del todo malo, pues genera un comercio y mueve el dinero
que circula entre los pobres.
En
cualquier caso, la ayuda humanitaria que de buena gana se da a las
organizaciones “sin ánimo de lucro”, llega a los necesitados diluida en dosis
tan pequeña que nunca llega a ser suficiente. Ni porque los estados ricos destinen
el 0.7% de los impuestos, ni porque se hagan grandes campañas de recogida de
dinero, la pobreza y el hambre siguen siendo plagas que nunca cesan. Y no quisiéramos pensar
que las ONGs actúen como las farmaceúticas, que producen la medicina para crear
clientilismo y ganar dinero y no para erradicar las enfermedades, sería
terriblemente insultante afirmar eso, pero lo que sí está claro es que a algunos
elementos del sistema, parece que sí interesa que haya pobres y desgraciados, pues son muchos los que
viven a costa del dinero que reciben las ONGs y otros tantos que los tienen
como sus clientes preferentes. Se estima que actualmente hay aproximadamente 10
millones de ONGs en el mundo, solo en EEUU, hay 1,4 millones que emplean a 11,4
millones de personas y en el mundo se registran aproximadamente 68 nuevas cada
día, y mueven tanto dinero, que se dice que si se juntasen a todas las
organizaciones de ayuda y se formara un país, sería la quinta economía más
grande del mundo. El aumento vertiginoso de tantas organizaciones no
gubernamentales, sin ánimo de lucro, nos hace pensar que si debe haber algo de
lucrativo en este negocio.
Por último, el sistema comercial que convierte todo bien, en material por el que comerciar. Recientemente, Monsanto y Bayer se van a fusionar. Monsanto, inventor de los más peligrosos pesticidas, de las famosas bombas quimicas y gas mostaza, es ahora la multinacional más importante del secotr de las semillas, que intenta monopolizar y manipular las semillas de todo el mundo, esta ofrece semillas modificadas para que produzcan cosecha más productivas y libres de defectos, pero cuyos frutos llevan semillas infértiles, asegurándose de que les vuelvan a comprar las semillas a ellos. El impacto que supondrá asociarse a Bayer es que si antes un 26% de las semillas provenían de Monsanto, ahora eso supondrá un 50% y el mercado africano y asiático se inundará de sus semillas. La indsutria al servicio del hambre, pues los países pobres, antes autosuficientes en semillas, ahora dependerán de las multinacionales.
Así que, bajo esta situación, seguro que seguiremos escuchando sobre hambrunas, pobreza, miserias, catástrofes
humanitarias, que nos revuelven las entrañas, que hace que nos quejemos, que
busquemos culpables, que culpemos a Dios, o que intentemos justificar lo
injustificable y aliviemos nuestra conciencia, donando unos pocos euros o
cambiando de canal para no afrontar la cruda y dura realidad de lo que la llamada
aldea global es: un absoluto fracaso.
El fin del hambre,
tendrá que llegar. Pero no lo hará mientras este sistema económico político y
religioso mundial se mantenga en pie. Debe caer y que sus escombros sirvan para
construir una nueva sociedad, sin la presión del dinero, ni del sistema
financiero, ni de la industria armamentística, y por supuesto eliminando las
barreras, las divisiones artificiales que nos separan, en esos mundos tan alejados.
Un sistema humanitario, basado en una economía cooperativa y cuyo crecimiento
se mida por el beneficio general y no por poder individual. Para muchos es una utopía, pero yo siempre
contesto: Lo es ahora, pero ¿lo será mañana?
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