En patera al "paraíso"



Este es un relato de ficción, pero basado en los escasos testimonios sobre los viajes en pateras camino a España o Italia.



         Modu, como gustaba que le llamaran sus amigos y gente de confianza, procedía de una familia considerada acomodada de la ciudad de Thiès en Senegal. Su padre dirigía una pequeña fábrica de tapices que producía y vendía telas para los más importantes diseñadores senegaleses. 

El padre de Modu, dirigía aquel negocio que prometía futuro, pues aunque la competencia era dura, y cruel, ya contaba con un nutrido grupo de empleados a los que trataba como si fueran de su familia, a diferencia de otras empresas del sector, que casi esclavizaban a sus trabajadores. Gracias a que podían vivir cómodamente, sus padres le habían procurado buenos estudios. La meta de su padre era que saliera del país y emigrara a Francia, para que estudiara en una buena universidad, solo así  podría encontrar un buen puesto como funcionario del gobierno o en algún estamento público, que le permitiese además buenas influencias para el negocio familiar. 

Pero su padre no quería que él se dedicara a la fabrica, para ese menester tenía previsto a otro de sus hijos, en realidad tenía planes para cada uno de sus vástagos. Tanto que incluso para los más mayores, entre ellos el mismo Modu, habían escogido una futura esposa. Su padre, aparte de emprendedor, era un hombre de mucho orden, previsor y que gustaba llevar el control de toda su familia. 

Pero lo que no pudo preveer fue aquel incendio, provocado por algún enemigo, al que pensaba que la única manera de vencer a la competencia era destruyéndola. Aquel fuego devoró de arriba a abajo los almacenes donde guardaban la materia prima, la maquinaria textil y los últimos trabajos que habían realizado. El desastre acabó además con la vida cómoda que disfrutaban y con todos los proyectos que habían planeado. Pero lo mas duro para Modu y los suyos, fue que también segó la vida de su padre. Este murió dentro de aquel edificio que tanto esfuerzo le había costado levantar, intentando sin éxito, salvar a otros trabajadores que se encontraban dentro, y a la vez en un vano esfuerzo por evitar que las llamas acabaran con el trabajo de toda su vida.
  
         Así fue como la madre de Modu, de la noche a la mañana se vio obligada a buscar trabajo para poder alimentar a sus cinco hijos, pues la fábrica no estaba asegurada y nada recibieron tras la tragedia. Desde entonces el sueño del joven senegalés fue cumplir los deseos de su padre y viajar a Europa. Pero ahora lo hacía con la esperanza de recuperar la fortuna que ahora habían perdido, y poder así ayudar a su madre y hermanos a llevar una vida digna. Las noticias que llegaban de los numerosos emigrantes eran que en Europa se vivía a todo lujo, buena comida y en abundancia, buenos coches, casas de lujo, buenos sueldos, oportunidades de triunfar, se pintaba al viejo continente como el paraíso al cual afanarse. 

         El dinero que llegaba a algunas familias que él conocía, ocultaban sin embargo los costos en vidas humanas de miles de compatriotas. Los que llegaban a los pocos meses empezaban a mandar verdaderas fortunas para sus familias. Así que Modu observaba como muchos hacían todo lo que podían por engancharse en las siguientes "excursiones". Él, ajeno a los peligros que eso envolvía, empezó a ahorrar, trabajando en el puerto, limpiando redes y haciendo cualesquier labor con tal de juntar la cantidad de dinero suficiente para por lo menos embarcarse. Le hablaban de dos alternativas, la larga y más económica era hacer la travesía del desierto, hasta alcanzar Marruecos, luego llegar a las costas norteñas del país y desde allí o cruzar a Ceuta o Melilla. La otra, colocarse en una de las muchas embarcaciones de polizón, camuflado en los contenedores. Estos barcos partían desde costas más cercanas, pero los costos eran imposibles de asumir para él y corría el riesgo de ser descubierto en cualquier control aduanero. Así que parecía que el desierto era la vía más accesible para él.

Nadie le habló de las muertes en el intento, tantas vidas sacrificadas en el camino por la travesía del desierto para llegar a ese supuesto paraíso. Poco se hablaba de la mendicidad a la que algunos se veían abocados, o la explotación a la que se veían sometidos; los hombres a vender bisutería, bolsos u otros objetos en las costas españolas, desde que salía el sol hasta su puesta, y muchas mujeres forzadas a la prostitución para poder pagar el viaje a ese paraíso. 

         Poco tiempo después Modu contactó con un amigo que a su vez conocía a un pasador, como se les llamaba a los que ponían rostro a las mafias que empezaban a formarse en todos los países subsaharianos. Le contó como se había iniciado un nuevo método de llegar a Europa en barco, sin problemas de viajar en los asfixiantes contenedores y sin necesidad de cruzar el desierto, ni tener que ir hasta Marruecos.  Desde Dakar partían cómodas embarcaciones que les dejarían en pocos días en las Islas Canarias, la puerta de entrada a Europa, pues desde allí les prometían que era fácil pasar al continente. 

         La ignorancia y el deseo, llevaron a Modu a aventurarse y entregar a los pasadores una buena cantidad de dinero para aquel viaje, la mitad del precio estipulado. Luego, una vez allí, debía completar el pago, sea trabajando para ellos o con lo que sacara en cualquier otro empleo que encontrase. Sabía que de no pagar, habría hipotecado el futuro de su familia, pues la letra pequeña que conocería una vez llegado a su destino, era que de no cancelar la deuda, ellos se encargarían de castigar a su familia, lo que envolvía secuestrar a sus hermanas y convertirlas en prostitutas con tal de recibir el pago.  

         Después de vender todas sus cosas valiosas, entre otras cosas, la moto de su padre, las joyas de su madre, algo a lo que esta accedió con la esperanza de que su hijo encontrara un futuro prometedor y les devolviera a la situación de comodidad económica que disfrutaban antes de la catástrofe, se preparó para el viaje. 

         Llegó el día de embarcar, fue en ese preciso momento cuando se empezó a dar cuenta de la gran mentira que le habían contado. El barco no era tal, mas bien era una especie de barcaza de pesca a la que habían adaptado un motor de 15 caballos y dentro del cual llevaban dos grandes bidones de gasolina para el trayecto. En un habitáculo sobrepasado, veía como llegaban más y más personas, hombres y  mujeres, algunas embarazadas y otras con niños pequeños. Todos iban colocándose sin protestar, siendo hacinados en aquella patera hasta setenta personas, en un espacio para cuarenta. 

         Se había programado el viaje al caer la tarde, pues los controles bajaban la guardia y era más fácil pasar desapercibidos. Al principio, las conversaciones en voz alta, los llantos de los niños, las peleas, discusiones, incluso los cantos de algunas mujeres festejando su camino al paraíso, hacían imposible poder relajarse y echar una cabezada. 

         Pero llegada la noche, el frio no tardó en hacer acto de presencia, y la humedad empezó a penetrarles por todos los poros. Las mujeres lloraban, algunos se lamentaban de no haber ido más abrigados; de nada servía el grueso anorak que llevaba puesto, pues este se calaba por dentro y helaba la circulación. Algunas almas bondadosas empezaron a compartir con los más afectados por el frío, algunas prendas, pero a cambio de sufrir ellos mismos las consecuencias más tarde. Modu había seguido el consejo que le dio su primo, ponerse varias capas de ropa y llevar prendas extras dentro de varias bolsas bien aisladas, para cambiarse a medida que la humedad mojara las que llevara puestas, pero eso a costa de llevar menos comida que otros. Poco a poco, esa primera noche fue haciendo silenciar las voces, excepto algunos niños que sufrían de forma más cruel las inclemencias.

         Al día siguiente al despuntar el sol, fueron los mareos los que hacían decaer al más fuerte. Los vómitos se repetían y era difícil poder lanzar aquello al mar, así que los malos olores actuaban de circulo vicioso que producían un nauseabundo ambiente que enfermaba al más sano. Algunos estaban tan aturdidos que se hacían sus necesidades encima, ni siquiera tenían fuerzas para levantarse o utilizar las bolsas extras que les recomendaron usar para tales fines. 

         El desafiante sol de la segunda parte de la mañana y que no se apartaría hasta la caída de la tarde, empezó a hacer su trabajo, las insolaciones hicieron caer a algunos al agua del mar, siendo rescatados con grandes dificultades, pues se debía parar el motor y echarles cuerdas para poder salvarlos. Se empezaron a pasar unos a otros, un cubo que se utilizaba para echar la gasolina en el depósito del motor. Lo llenaban de agua del mar para echárselo encima e intentar calmar el suplicio que ese cruel sol les estaba haciendo sufrir. Un sol que les derretía los pensamientos, que les hacía sentirse confundidos, ausentes.

         Algunos, entre ellos Modu, empezaron a notar quemaduras en los glúteos y la zona baja de la espalda, producidas por una reacción a la combinación del agua salada del mar y el combustible de la embarcación, una reacción que provoca graves irritaciones en la piel y producía en algunos casos unas heridas verdosas compuestas de pus y que en algunos casos causaron la muerte de los afectados. Aconsejados por el patrón, Modu y otros procuraron cubrir esas heridas por la noche y secarlas al sol de día, solo así se pudo lograr que las llagas fueran remitiendo poco a poco. 

         Así fueron pasando los días, nadie les había explicado que ese viaje duraría más de seis días. Pero al cuarto, una tormenta nocturna complicó las cosas, hasta el grado de desviarlos de la ruta varias millas, eso afectó al trayecto e hizo que este se extendiera durante cinco días más de lo previsto. Casi nadie, salvo el patrón, había tenido la precaución de llevar comida y agua para tanto tiempo, así que en los últimos cuatro días el hambre hizo acto de presencia. 

         Los primeros en morir fueron algunos de los niños que viajaban en aquel inhumano medio de transporte. Una madre en estado lamentable, se aferraba a su hijo de tres años que yacía muerto en sus brazos, y pese a la insistencia de los demás, se negaba a lanzarlo al agua, quizás porque tampoco tenía fuerzas para ello. Tras esa noche, ambos fueron lanzados oceáno, ella no pudo sobrevivir ni física ni anímicamente. Así, tras el hambre, la sed, el calor y el frio, las victimas se fueron contando por decenas, casi la mitad de los tripulantes de esa barcaza sucumbieron a la muerte, algunos caían mareados y débiles, sin contar con los que no sabían nadar. 

         En un momento dado, en los últimos días del viaje, Modu vio como un amigo suyo de la infancia, Ibrahim, caía al agua accidentalmente por intentar ayudar a una mujer que mareada y débil se precipitaba al mar, arrastrando de él. Nadie quiso hacer nada por salvarlo, pese a sus gritos de desesperación y sus intentos de sacar fuerzas de flaqueza para nadar e intentar alcanzar la patera. Y por mucho que Modu le lanzara una cuerda y suplicara que se detuviera, el patrón no quiso detener el motor, pues había divisado un buque al que intentarían pedir ayuda.

         Mas la vida parecía que les estaba dando la espalda, pues al alcanzar la trayectoria de aquel buque de bandera rusa, se dieron cuenta muy a pesar suyo, que estos no tenían ninguna intención de prestarles ayuda, ni siquiera agua, que algunos suplicaban haciendo gestos llevándose las manos a la boca y sacando la lengua. 

         Poco después de esto, cuando el buque se fue alejando, el patrón anuncia que se habían quedado sin combustible y ahora tocaba esperar que las corrientes les condujeran a algún lugar. La mayoría sin ánimos ni fuerzas, cayeron en un silencio casi sepulcral que no presagiaba nada bueno. Solo unos pocos mantuvieron suficientes energías para orar y lanzar plegarias e intentar elevar la moral de los pocos sobrevivientes. Milagrosamente parecía que estas plegarias tuvieron respuesta, pues dos noches después por fin arribaron a la costa de Fuerteventura. En ese último tramo, tuvieron que lanzarse al agua y llegar a nado, los que pudieron, otros sencillamente se dejaron llevar y sus escasas energías no les siriveron para vencer las fuerzas del oleaje y así perecieron en ese último y angustioso intento. 
Del patrón, nadie supo nada. 

         Un año después de llegar a las islas afortunadas, Modu tras un año vendiendo bolsos falsos en las playas de Tenerife, pudo pasar en condiciones deplorables a la península, desde entonces, vende en Málaga pañuelos en las calles, huyendo constantemente de la policía. Se siente timado, pues se ve hundiéndose en la espiral de la pobreza en un mundo hostil y lejos de los suyos, sin esperanza de volver a su vida. Desde luego, muy pronto se dio cuenta que no era este el paraíso que sus sueños alimentados por los supuestos éxitos de otros compatriotas ofrecía. 

        Pero para no preocupar a los suyos, Modu escribía a su madre y hermanos hablándoles de las maravillas de esta tierra, colmada de comodidades, lujos y placeres y les mandaba lo poco que conseguían ahorrar entre todos los compañeros que compartían aquel piso y que cada mes por turno juntaban para enviar a sus familias. Alimentando así la esperanza de otros que como él, empezaban a soñar con ir a ese "preciado paraíso". 

Parte de este relato aparece en mi última novela "La Promesa" 

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